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La vida sin ti


Cuando mi compadre Felicio vino a darme la noticia, confieso, me sorprendió que el infortunio hubiera ocurrido así, tan repentinamente. “Doña Amalia Mercedes Sicarelli de Rittola acaba de fallecer.” -dijo- y tras contarnos que estaba durmiendo cuando la muerte vino por ella agregó a modo de consuelo: “...tuvo la suerte de pasar del sueño terrenal al eterno sin darse cuenta siquiera. Así es la vida...” –concluyó y compungido se fue -. Alicia y yo estábamos almorzando al llegar Felicio, y ya para cuando volvimos a quedarnos solos frente a los platos servidos, el deseo de continuar comiendo se nos había ido por lo ingratamente sorprendidos que nos dejó la mala nueva. Cuando algún conocido muere es inevitable la congoja, tal vez porque nos recuerda que ineludiblemente ese también es nuestro destino común. Al momento de su deceso Doña Amalia contaba con setenta y dos años, dos hijos cuatro nietos y un bisnieto. En el pueblo era muy respetada por su moderado proceder y por el recato que supo fijarse como norma para mantener privada su vida, alejada siempre de cualquier comentario que fuera improcedente. Era admirada por el culto que a su imagen predicaba puntualmente delicada esbelta y bella, aunque para muchos el secreto de la atracción que provocaba verla, pasaba por la seducción de su mirada poblada de tenues colores verdosos, imperturbable desde su juventud. Con Alicia fuimos al velorio cinco horas después que la noche se puso a pleno. Para cuando llegamos, ya la mayoría del pueblo había pasado a dejarle su pésame a la familia. Al entrar vimos a Matilde, su madre. Estaba sentada junto al féretro de la difunta, sumida en un silencio reflexivo acariciando la brillosa madera, como si esa fuera la piel viva de su hija. No lloraba pero se mostraba si, inconsolablemente triste, aceptando callada lo sucedido, seguramente con la resignación que le otorgaba su experimentado vivir de casi un centenar de años. Para Matilde, Amalia no solo había sido la única mujer de los cinco hijos que había tenido, sino también la que hasta su deceso, con abnegada idolatría la cuidaba. Al momento de enviudar Amalia contaba con cincuenta y dos años, y ya desde entonces habiendo casado a sus hijos, se llamó a sosiego entregándose por completo al cuidado de Matilde, de ahí en mas la única compañía que tendría en la misma casa que compartieron siempre aun estando en vida su marido. Inmediatamente nos reconoció y en un intento quiso pararse para formalmente recibir nuestro saludo, pero antes que pudiera lograrlo se lo impedí tomándola de los hombros, obligándola a que se sentara nuevamente.
-Quédese tranquila Matilde, no se esfuerce, no es necesario. Con Alicia vamos a sentarnos junto a usted así nos cuenta. -le dije-
-Gracias. –contestó besándonos en la mejilla- Menos mal que vinieron, no sabía como hacer valer mi voluntad. Mis nietos, piensan cerrar la sala y volver mañana. Arturo por favor -me suplicó- no se los permita. A usted le van a hacer caso. Yo quiero quedarme toda la noche con mi hija, como corresponde. Donde se ha visto dejar solo al muerto e irse a dormir como si nada hubiera pasado.
-Es que ahora Matilde, muchos hacen así. –la tranquilizó Alicia- Actualmente quedarse toda la noche en vela, es considerado absurdo cuando lo ocurrido, ya se sabe... es irremediable.
-Aun así; yo quiero quedarme toda la noche. –contestó enojada-
-Nosotros le haremos compañía entonces. –le dije-
-En serio... –agradeció y señalándolos insistió - Vaya Arturo dígaselos. Sabiendo que ustedes se quedarán conmigo, ya no seré de su preocupación.
Cuando al cabo de un rato todos se fueron y quedamos solos, Matilde nos comentó su angustia:
-No me lamento que haya muerto; todos al fín estaremos igual, lo que me pone mal es que tendría que haber sido yo la primera en irse y no ella. Pero por otro lado me consuelo, se casó con el hombre de su vida, pasó por pocas necesidades, vivió la vida a pleno, disfrutó de sus hijos, de sus nietos, su vida no tuvo grandes dramas y se fue sin dolor... que mas se puede pedir. ¿Es ó no es así...?
-Claro que sí Matilde. Es así nomás... –aprobó Alicia-
Para cuando miré mi reloj, habían pasado varias horas de estar solos con ella. Alicia discretamente al ver que yo tomaba cuenta de ello me preguntó la hora soslayadamente.
-Las tres y media... –le susurré por lo bajo y le sugerí- Vete tu a descansar que yo me quedo con ella.
No pasó una fracción de segundo de haberlo dicho que Matilde intervino
-Si nena... Arturo tiene razón. En la sala continua hay un sillón; ve tranquila... allí podrás descansar los huesos y dormir un rato. La noche es larga. –agregó-
Pasaron varios minutos y solo cuando Matilde estuvo segura de que Alicia estaba bien dormida sobre el sillón, se animó a empezar con su perorata.
-Usted y Amalia la hicieron bien y los felicito, yo no sé si me hubiera animado... el amor es un juego de aventureros.
Yo que estaba parado junto al féretro mirando el pálido y tieso rostro de Amalia, me giré extrañado por lo que había dicho. No entendía que había querido decir con eso de “la hicieron bien”. Preferí callar y dejar que siguiera:
-Viuda, joven y atractiva, fue para usted la tentación servida a la hora de comer... Y bueno, ella también siempre se mostró atraída por su porte varonil, pero claro estaba casada con Prudencio que era un buen hombre a pesar de todo.
-¡Que está diciendo Matilde! –le dije ofuscado y sin entender a que iba-
-Vamos Arturo... Ya ella no está para confirmarlo pero yo si. Los ví mas de una vez tomándose las manos.
-Pero que tiene de extraño... fue cuando venía los domingos a consolarla por su repentina viudez... era un gesto para darle fuerza.
- Y cuando se quedó a dormir con ella aquella noche en que los dos se emborracharon... ¡Estabas dándole fuerzas! -dijo pícaramente sonriendo-
Ya fuera de mis cabales pero tratando de mantener un diálogo esclarecedor para no ofender sus respetables años, opté por pensar que a su edad de tanto imaginar supuestos, terminaba por creer que era real la fantasía que ella misma se inventaba. Calmándome intenté convencerla de lo equivocada que estaba.
-Matilde... Yo siempre respeté mucho a Amalia y es verdad... como mujer tenía toda mi admiración, pero nunca dejamos de ser simplemente amigos. La respeté y por sobre todo nunca le falté a mi mujer por ella.
-Hacer el amor no es faltarle el respeto a nadie. Me parece que a usted la edad le está haciendo olvidar las cosas... A ver... ¡que hicieron esa noche cuando fueron a su cuarto después de beber licor de mandarinas en el living!
-No debería contestarle pero si es para mantener la imagen de Amalia pura no presento inconveniente alguno en contarlo. Primero no estábamos borrachos... solo bebimos, quizás un poco más de lo común, pero solo eso. Luego fuimos a su dormitorio porque quiso mostrarme un álbum con fotos que se remontaban a nuestra juventud donde también estaba Prudencio. Nada más, luego me fui, nunca me quede toda la noche como usted insinúa.
- Puede ser, pero porque nunca venia su mujer con usted.
- Ella sufre mucho de las piernas y usted lo sabe Matilde.
- El Federico... se le parece mucho. A simple vista se vé.
-¡Pero...! ¡Que está insinuando...! de donde sacó ese disparate. ha perdido acaso la razón. Por favor no ensucie con mentiras el honor de su hija ahora que no se puede defender. Nunca tuve sexo con Amalia ni...
- ...pero hubieras querido. Yo ví y escuché mucho mas de lo que ustedes creen. Quietita en mi silla en un rincón de la sala me hacía la dormida pero escuchaba todo... A mi no me lo contó nadie: yo ví a los dos desnudos...
-¡Queeee!... Basta esto llego a extremos intolerables. Ya mismo nos vamos de aquí. Usted está delirando Matilde. –le dije y dirigiéndome rápidamente a la sala donde Alicia aun dormía quise despertarla para irnos, solo que antes de entrar su voz nuevamente me detuvo-
-Espere... Le voy a contar algo y si usted no lo reconoce, le dejaré hacer lo que le plazca, solo escúcheme una vez más.
Esperando algo coherente de ella me detuve a para oírla una vez mas.
-Venga Arturo -parándose me invitó a que me aproximara al féretro-
Puestos uno frente al otro, mirando ambos el cadáver de Amalia, ella puso su mano sobre las cruzadas manos de su hija y levantándole apenas una, quitó de debajo, una pequeña medalla de oro que tenía grabado en una cara “Amalia” y del reverso el nombre mío... “Arturo”.
-Ella me pidió que el secreto se fuera con ella. ¿Y ahora que dice?. Sigue insistiendo en que estoy loca... ó quiere hacerme creer que por su “caída” no recuerda nada de lo que le dije.
Ella se refería lacónicamente al día en que reparando una gotera terminé cayendo de lo alto de un techo al piso, cuando una de las tejas en que me sostenía se quebró. A pesar de que un arbusto evitó que me matara, el golpe me obligó a guardar cama un mes entero. Desde allí conviví con la dificultad de recordar el pasado inmediato hasta que lentamente logré hilvanar todo lo ocurrido. Durante un tiempo me resultó engorroso consolidar que relación ó parentesco me ligaba a cierta gente allegada a mi, pero gracias a la paciente constancia que Alicia tuvo conmigo, logré superar el escollo. Lo cierto es que Matilde al mencionarme aquello, logró instaurar en mi la inseguridad. Me esforzaba en recordar algo relacionado con aquella medalla y a nada concreto llegaba. Me torturaba la idea de que hubiera sido verdad su relato: si amante fui de Amalia, de aquel placer, nada quedaba en mi ahora, ni siquiera un recuerdo. Aun así me ilusionaba pensar que todo había sido como dijo, pretendí entonces que siguiera hablando, atento a que algún detalle me resultara familiar.
-Lo que dijo me confunde y esa medalla aún mas. –le advertí-
Durante algunos segundos me miró a los ojos y calladamente regresando la medalla a las manos tiesas de Amalia agregó:
-Tal vez sea así pero eso... ya no importa. Olvide lo que le dije.
-No... ahora quiero que siga. Cuanto duró nuestra relación.
-Después de su caída estuvo convaleciente un mes y después otro en el que no salió a la calle. El rumor de sus olvidos pasajeros se divulgó en el pueblo, por eso cuando pasado un tiempo regresó a los lugares de siempre, todos supusimos que no era el mismo. Amalia se resignó a pensar que usted no la recordaría mas y yo... le soy sincera... que fingía, aprovechando la situación. Estaba convencida que se hacia el olvidadizo para poner término a la aventura, quizás por miedo, presintiendo que Alicia sospechaba algo. Además le molestaba mucho que la gente hablara de ustedes.
-La gente lo sabía... -pregunté intrigado-
-Todos...
-Quiere decir que el pueblo entero se enteró...
-Bueno... la mayoría. Usted no es tonto.... fíjese hoy mismo como lo miran y se dará cuenta quienes lo saben y quienes no.
No salía del asombro y la duda de que todo fuera cierto ó no, ya se había disipado en mi después de haber visto la misteriosa medalla que me mostró. Me frotaba la frente tratando de recordar algo cuando a la sala entró Vittorio el joyero del pueblo. Al entrar tras descubrirse la cabeza, saludó a Matilde y luego a mi, pero con una frase que ahondó aun mas mis dudas:
-Su dolor debe ser inmenso, créame que lo lamento.
Porqué se dirigió a mi como si yo hubiera enviudado. Acaso era uno de los que según Matilde sabia de mi relación con Amalia. No me animaba a preguntarle algo pero esa frase que había dicho aumentó aun mas en mi la duda. Fue Matilde entonces quien lo hizo :
-Vittorio fue quien grabó la medalla... –dijo-
-La medalla... Si claro fui yo... –afirmó el joyero mirándome-
-Pero como fue que lo hizo... –lo interrogué confundido-
-Bueno... que puedo decirle si solo...
-No creo que este sea el momento. –Sugirió Matilde, por lo que respetando su parecer sin mediar palabra hicimos silencio-
Esperaba una oportunidad para seguir con el tema pero no hubo tiempo. Al escucharlo Alicia se nos unió en la sala renunciando a seguir su descanso. No volvimos a hablar al respecto. A medida que se aproximaba la hora fijada para el entierro, los vecinos y parientes empezaron a llegar para acompañar el cortejo hasta el cementerio. Cada uno que entraba, al cruzar conmigo la mirada, distintamente gesticulaba. Unos apenas levantando las cejas me saludaban discretamente, otros balanceando negativamente sus cabezas en un implícito gesto de: “No somos Nada” parecían ofrecerme su resignación. Algo que siempre fue común, ahora implícitamente lo asociaba a mi. Sentía como si los ojos de todos, me buscaran para ver como estaba. La duda de quien lo sabía y quien no, empezó a incomodarme a tal punto que fingí ante Alicia no sentirme bien para podernos ir. Los días siguientes se transformaron en una obsesión que no me dejaba en paz. El silencio era cómplice de que me sintiera cada vez mas acosado. Todos me miraban y nada decían, escuchaba sus murmullos y veía como conteniendo una risa pícara, sin que se los pidiera, se transformaban en cómplices de una historia que yo ni siquiera recordaba haber vivido. Serias las mujeres casadas, cuando se cruzaban ante mi en la calle, haciéndose las distraídas me negaban el saludo. Pensaba en el triste papel al que había expuesto a Alicia y no toleraba que la miraran con lástima por mi culpa. Decidí entonces irme del pueblo y alejarme de aquello que de boca en boca me perseguiría por siempre. Vendí mi casa a casi la mitad de su valor, preso de la desesperación. Matilde no vaciló en comprármela temerosa de que sus nietos la internaran en un geriátrico luego de poner en venta la casa que había sido de Amalia. Ya lejos de allí, años después, recibí una llamada inesperada. Era Vittorio, el joyero del pueblo:
-Arturo quería decirle que Matilde murió hace unos días... pero, a decir verdad, no solo para darle la noticia lo llamo. Los nietos de la señora decidieron vender todas sus pertenencias, que ciertamente no eran muchas ni de mucho valor, salvo sus joyas y algo de oro que tenía...
-Y con eso... –le pregunté intrigado-
-Es que me trajeron también la medalla que le dijo Matilde grabé ... se me ocurrió entonces que siendo de ella tal vez quisiera conservarla.
-Como puede ser que usted la tenga si Amalia la llevaba en sus manos cuando la sepultaron. –dije desquiciado y confundido- Aunque le parezca absurdo... dígame, ¿como fue que grabó mi nombre en ella?
-¿Su nombre?... No, se equivoca; el nombre que grabe no fue el suyo si no el de Amalia. Esa medalla era de su padre...
-¿Y él se llamaba Arturo como yo?
-Creí que lo sabía...
Todo había sido una mentira urdida por Matilde, para evitar que su vida terminara en un geriátrico. Cuando sus nietos vendieron la casa de Amalia, como era de comprender pasaría, ya ella vivía sola en la que había sido mía, cosa que bien poco les importó, habiéndoles sacado el peso de encima de qué hacer con ella si le quitaban donde vivir. A pesar de ser conciente que todo fue una farsa suya, nunca le guardé rencor; al fin y al cabo por su ocurrencia, soñé despierto el sueño mas hermoso que pude tener:
que Amalia me amaba tal como yo siempre la amé.

Texto agregado el 28-04-2011, y leído por 121 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
28-04-2011 ¡Ah, maravilloso e inesperado final! En la primera parte del cuento me hubiera gustado encontrar párrafos más cortos para sentir mayor comodidad al leer; pero luego el cuento atrapa casi como si fuera una novela, por el modo de delinear los personajes, sin poder dejar de leerlo hasta llegar a este hermoso e inesperado final. 5* Susana compromiso
 
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