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Inicio / Cuenteros Locales / RASTAFATH / \"AUTOBIOGRAFIA DE UN MALDITO\"

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Que quede claro… Yo no tengo abuela ni abuelos, pues ya están riendo en el mundo de los muertos. Pero los tuve y la comprobación de ello son sus secuelas, los causantes y educadores de mis temperamentos… enfermos.
De ellos salieron tres generaciones, de las cuales yo soy el peor, el engendro. Mi nombre significa pequeño y lo soy, pero también soy el primogénito; un Caín contemporáneo, que mató al Abel de sus entrañas a muy temprana edad y desde entonces, desahuciado, vago por el mundo buscando el paraíso y a la Eva que no tengo; soy un maldito, un condenado a vivir solo, sin suspiros o sueños.
Según mi madre, nací bajo la constelación del Cangrejo; en el año del Tigre; en algún lugar del Infinito…; que eran las 13:25 de un Shabbat, cuando vi por primera vez el mundo entre los aullidos de los perros que anuncian algún deceso o la presencia de la muerte antes del juicio final; que mi tonalli es Coatl, la Serpiente; aunque los cristianos le llaman ángel del mal. Pero según el santoral, era el día dedicado al apóstol chillón, llamado Kefas.
Dice que me liberte de su vientre para que me enjaularan en una celda de cristal; que mis celadores me inyectaban sedantes para no alborotar a los demás reos del sanatorio; que me vigilaban día y noche, dizque para estudiar el salpullido de mi vestidura corporal; hoy se la verdad: mis padres no tenían para la fianza y que por ello hasta los dos meses de vida conocí un hogar.
Pero también dice que por no ir a firmar cada quince días, a los seis meses me volvieron a encerrar; y que por una extraña pulmonía, me habían desahuciado y me iban a condenar como conejillo de indias a un lejano hospital. Hoy sólo queda un tipo de clavo que no me pudieron sacar del pie derecho y que seguro sirvió para sellar el grillete que me ataba al maldito hospital.
Cuenta que a mi salida del hospital, ella dejo a su marido o sea mi papá, y que se fue conmigo, buscando abrigo en el rancho de su mamá; pero que un día este marido llegó a escondidas y que bajo un olivo le canto utopías al oído y le prometió que todo iba a cambiar; y ella, que no es una santa, pero que es mujer que se deja enamorar, le creyó y regresamos al cautiverio del cual hasta muchos años después nos pudimos libertar.
Dice que cuando empecé a caminar ella me veía desde el cielo, como si fuera Dios al acecho de los pecados humanos para castigar, pues vivíamos en una casa de dos pisos que le prestaron a mi papá; y como jamás gatee, que de improviso me levante como un borracho y, sin más, me eche a correr hasta estrellarme con la pata de la cama donde solíamos descansar; que ella bajo consternada lo más rápido que pudo y que me levanto para curarme con besos, porque no tenia dinero; pues los pocos pesos que ganaba el marido, se los daba a su mamá: la abuela Tomasa o los derrochaba con sus amigos en el juego del conquián. Total, al año y meses recibí el sello de Caín por brincarme las trancas y no gatear.
Para ella la palabra hiperactivo no existía; cuando mi tremenda inquietud le causaba problemas, siempre encontraba alguna solución o forma, extremadamente radical, para controlarme.
Versa que un día de vacaciones en el rancho de la abuela Lupita, ya harta de mi descontrolado andar de aquí para allá, le dijo a la abuela que me cuidara un rato y ella (que si era de armas tomar, quizás fue una rielera, pues su esposo estuvo en la revolución) tomo una cubeta con nixtamal, me agarro de la mano y nos dirigimos al gallinero, me encerró allí para que anduviera a mis anchas --¿cómo se puede andar a las anchas si se esta encerrado?-- total, ya encerrado empezó a aventar el nixtamal a los pollos en mis pies y ellos, obedientes a su instinto, comían y al mismo tiempo picaban mis pies regordetes; la abuela se moría de risa. Hoy, analizando esto y muchos otros recuerdos, me doy cuenta que no lastima el encierro sino los suplicios que hay dentro.
Otro día, cuando friznaba los tres años, mi madre tenía que ir al mercado y, como no podía llevarnos a mis hermanos y a mí, para que no hiciera diabluras, me ató no se a que; la sorpresa no fue para mí, sino para ella, pues cuando regreso con la comida, el diablo andaba suelto por toda la casa y mis hermanos (ja-ja-ja) estaban bañados en pintura de aceite; no consiguió despintarlos y tuvo que esperar a que mi padre regresará del trabajo y, entre chillidos y jalones, con thiner les quitó el maquillaje a mis hermanos.
Se que hubo mucho más cosas; pero sólo esto me dijo mi madre sobre la infancia que no se suele recordar; yo no lo sé de cierto, pero supongo que…
Igual no soy igual en los recuerdos de papá. Quizás en su cabeza haya más mierda que en la mía; quizás sus recuerdos sean peores; como el día en que me contó que, producto de esa primera separación, era muy probable que yo tuviera dos actas de nacimiento. Puso una cara de melancolía y con su lenguaje, que en ocasiones cuando estoy con los cuates del barrio también es el mío, dijo:
“No sé que tiene en la cabeza tu madre. Cuando la veas dile que me dé mi cartilla; pa`que chingaos la quiere, a ella no le sirve pa` ni madres. Pa`que chingaos se la llevo”
Así, no más, cambió de semblante y tema de conversación; como ahora lo hago yo, para iniciar un cuento que les contaré en otra ocasión.

Texto agregado el 27-04-2011, y leído por 127 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
06-06-2012 Un niño jamas podrá ser malvado, solo repite lo que vive eso es todo. La soledad es buena cuando es elegida. No así cuando es obligada. Es una narración del corazón y por lo mismo excelente mis 5 estrellas para ti. azuliz
28-04-2011 Si tù eras un caìn por lo malo... Entiendo que Lupita era mas, mira que encerrarte en el gallinero. Mis respetos 5* zarastustra
 
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