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Siete y media como cada lunes. Ahí estaba puntual y casi tan ávida como yo. Si algún día ella podría leer el título de esta historia (por que soy escritor y me dedico a susurrarle al mundo mis vivencias) seguramente reirá a escondidas. Al igual que la mía, su imaginación volará a un momento de recuerdos y caricias; se impregnará por un momento, de la misma manera en que lo hago yo mientras le escribo, de ese aroma que puedo oler a las afueras de Abril, de esa fragancia que invita al sabor de su cuello a formar parte una vez más, en silencio, de la complicidad grosera de un primer beso. De cuando me enseñó en una oscuridad acogedora a pecar en sus labios.
-Disculpe señorita ¿De casualidad no habrá visto a…?
Que curioso. Cómo si supiera de lo que hablaba, asintió con la cabeza ¿Acaso el amor es tan obvio? Por que ya lo había aprendido desde antes, como por Octubre y de esto no quiero hablar pues es demasiado formal para escribirlo, me es muy personal y de esto no hablaré, como ya se lo había dicho antes cuando daban las siete con treinta, cuando nos besábamos y aunque la mujer podría entender del amor, era hasta ahora un secreto que podíamos aparentar muy bien: una cita con la tía enferma, el póquer en casa de Arnulfo, una función de cine (ella, seguramente reirá ahora) e inclusive esa manera tan delicada de mentir me llenaba a la expectativa de un sentimiento tan salvaje que Dios me ampare por describirlo.
Podría bien llamarlo un encuentro variable, algo parecido a la casualidad, pero si esa casualidad se torna costumbre se es difícil poder apartarla de vista. Usted a de saber de lo que hablo Gustavo, aunque al principio le resulte complicado hallarle el hilo a este asunto del cual continuaré, seguramente cómo hombre entenderá, ya que puedo llegar a ser un amante tan cínico que aquella mujer por un momento comprendía de lo que estaba hablando:
Como cada lunes y así era. En el Royal, a la siete con treinta. Bien creerían que era mi madre Gustavo, así que por un momento trataba de parecer inadvertido, es una ciudad grande, así que podríamos decir que estábamos cansados, que no somos de por aquí y necesitamos una habitación. Pero te digo, nadie nunca sospechó ni pretendía que lo hicieran, se imaginará la gravedad del asunto, lo que podrían decir los vecinos o incluso si aquel zángano se enteraba de lo sucedido. Así que le ruego discreción Gustavo, ya que nos conocemos desde hace tiempo y sabe la facilidad que tiendo a envolverme en asuntos delicados, por piedad entiéndame. Entonces entrábamos al living, algo ansiosos pero todo lo contrario. Reflejando ese morbo que nos llevaba al límite de mentir una y otra vez, de esa pasión desenfrenada que solía arrebatarnos signos vitales del sentido. Con sus cuadros y su estancia bien decorada, caminando casi tan despacio para no llamar la atención, no veníamos juntos y sí lo hacíamos sólo era mi madre que me acompañaba en algún viaje de negocios, algún ejemplar en falsedad que te digo, se había convertido en mera costumbre para ambos.
-¿Habitación?
Nos gustaba la 170, daba a la jardinera del hotel, mientras una luz tan tenue que enaltecía la partícula mas fina de exaltación llamaba al encuentro a gritos, todo parecía tan cómodo en la habitación 170 que al parecer nos perdíamos: daba la impresión que las sabanas estaban impregnadas de recuerdos y parecía tan acogedor, la ventilación era adecuada ante las circunstancias y al pedir servicio parecía que atendían con más rapidez, por que para este punto ya conocíamos muy bien el Royal...

Texto agregado el 27-04-2011, y leído por 138 visitantes. (0 votos)


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