Era tan desidioso que cuando vió el ejército de hormiguitas coloradas desfilando como en un Dia de los Caídos en las guerras extranjeras no se le ocurrió revolver el plato para chequear si debajo de los frijoles con garra había muchas hormigas.
Pensó que, si acaso, lo que no mata engorda y además los frijoles tenían un saborcillo extraño, pero algo agradable.
Cinco minutos después lo venció la modorra y antes de cerrar los ojos se dijo que era esa languidez que viene después de las satisfacciones plenas y los orgasmos y poco a poco la bradicardia lo llevó al reciclaje total.
Su hijo había pasado toda la mañana frenéticamente fumigando los hormigueros del patio.