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-¡Pero yo te amo!
-Dijo ella, mientras un par de lágrimas resbalaban como estrellas fugaces por sus mejillas.
Yo, profundamente conmovido, tomé sus manos entre las mías para calcular el peso exacto de su corazón y entonces, en ese instante, a manera de un presagio, pude comprobar que simplemente ella mentía.
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Texto agregado el 24-04-2011, y leído por 71
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