Una taciturna sonrisa acunaba los miedos de aquel rincón.
Mucho desorden, ropa tirada, platos sucios, un caos en la habitación.
Sus manos escultura policroma, sustentaban los sueños perdidos de una inocencia madurada. Ya no es niña; ya no es joven.
Pinta nubes encerradas dentro de un piyama a rayas.
Las manos nacaradas buscan velas, iniciación de vientos dentro de roca muerta.
Tiempo, distancias, soledad perecedera, cristales de roca forman el canto de una mujer.
Entonces, oí las distancias del tiempo, observé la soledad perecedera y mi corazón vio aquellos cristales que formaban el alma de una mujer.