“El hombre triste”, desgastado por la vida misma, se acongoja asiduamente en una helada y húmeda acera mientras lame hasta la última partícula de pan que ha quedado en aquel trozo de papel colorado... cabizbajo y ansioso piensa en los próximos días y en la carente benevolencia de los hombres sin alma, a la par los destellos de luz despedazan el cielo con un fragoroso grito anunciando el rocío caniculesco de la lluvia en verano.
Este es el hombre triste que exhibe su rostro nítido, acrónico y pintoresco todos los días y a todas horas, en los suburbios de “la ciudad del caracol”, pues su alma y corazón han sido quebrantados con el tiempo. A pesar del soñoliento atractivo de “la ciudad perfección”, mis ojos voltearon hacia donde nadie ve ni observa, es en esta esquina fétida y maloliente en donde están las entrañas y el corazón revestidos de alegría, de calificativo exquisito, de olor hechizante, y cerebro eficiente en una sociedad con corazón enroscado... sin dirección recta... de camino fatídico… han desgastado sus propios corazones.
“El hombre triste” exclama... “pobre ciudad del encanto, aquí proliferan los entes sin corazón, pero esta es mi ciudad del caracol y aquí todo da vueltas...”