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(Para honrar la memoria de la señora Josefa Comprés)


Cómo todos, mi abuela paterna, desde los principios del anochecer comenzaba a inducirnos hacia lo que la noche conlleva: un rezo, la cena, el baño, un cuento, apagar casi todas las lámparas y al fin, al sueño. Sin embargo, lo que élla hacía con lo opuesto al día, siempre fue un misterio. A pesar de haber afinado mis oídos hasta un grado excesivo de captación, nunca pude notar ni siquiera su respiración. Tal vez, porque después de un cálculo genial, élla escogió cómo su habitación un cuarto que funcionaba como interruptor de los conductos internos de la casa.

Cierto fue que su alcoba tenía una ventana hacia el exterior y dos puertas que eran los únicos accesos a la sala, antesala y cocina por un lado y al baño y los demás dormitorios por el otro. También tuvo una especie de tragaluz que funcionaba como orificio para darnos el pote del alcanfor, los calmantes, el mentol y algunos artificios contra el miedo. Ya que era, además, filtro que pulía su voz balsámica, incrementando de ése modo su poder tranquilizante. Porque ningún medicamento fue mejor que el sonido de su voz.

Mi abuela paterna se hizo especialista en la interpretación de la noche. Podía subdividir su silencio y ubicar con exactitud geométrica el origen de sus alteraciones. Ya que en lo interno, cada ventana y puerta, pared y porción del techo y del piso tienen voces propias. De igual modo afuera, cada maceta y árbol o tramo de palizada, reaccionan distintos al roce del viento o cualquier material físico. Y con respecto a nosotros, de hecho, descifraba nuestras pisadas, nuestros cambios de posición, la ventilación de nuestros pulmones y aún el tipo de pesadillas que sufríamos.

En cambio, sus días eran coherentes con una noche reparadora y pacífica. Por ser la primera en absorber los primeros trozos de aire puro y exhibir la disposición de enfrentar los obstáculos que trae consigo cada fecha. Mostraba actualización con los temas locales y nacionales y podía, desde su profundidad religiosa, allanar cualquier malentendido. Siempre me dió la sensación de que élla sabía que el saludo lo inventaron para las personas que no conocemos y que un desconocido es un amigo al que todavía no se conoce. Por eso, nuestro hogar fue lugar de encuentros, dónde la comida tenía menor sabor que su trato y sus conversaciones.

Tuvo que pasar una apreciable cantidad de años, para que las noches de mi abuela paterna borraran su misterio.

Texto agregado el 22-04-2011, y leído por 449 visitantes. (15 votos)


Lectores Opinan
16-07-2011 Las historias de familia son impactantes y propias, se recupera el sentir y los aromas al recordar, me encantó =D mis cariños dulce-quimera
01-07-2011 De este cuento me gustan sobre todo las frases y ese algo misterioso en lo que está en vuelto. Muy bueno! ciertascosas
01-07-2011 que hermoso relato con muchas frases entrañables y bien construidas. Un merecido homenaje para un personaje que deja huella. Muy agradable forma de contar...saludos. tigrilla
29-06-2011 Felicitaciones por tu relato glori
28-06-2011 Que bien se lee eso de "un desconocido es un amigo al que todavía no se conoce"... Saludos!!! achachila
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