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Las evocaciones del hombre
Desde aquí no es más que un punto aquella esfera. La luz zigzaguea como si no fuera ni un ambiguo rumor por miles de “años luz”, como ellos denominaron a la distancia física entre dos puntos.
A veces los veo, y extrañamente producen en mí cierta sensación incoherente. Me lamento, me asqueo, me sorprendo, me río, me río mucho en realidad. Pero hay veces, y no son pocas, que me quedo observando idiotizadamente. Víctima, claro, de un desconcierto visceral. No me permite siquiera dormir ese ruido, esa presión aguda que me aturde a toda hora de preguntarme aquello.
No cuadra mi ventana, desde donde los observo días y noches, toda la frenética dinámica de su género. Los autodenominados “hombres” o “humanos”.
Toda mi atención se centra en ellos. Aún cuando no los puedo ver.
Y, ciertamente, hay algo que no entiendo realmente. Cuanto más lo observo más se clava en mí la duda. Más me exijo entender.
Cuando el “hombre” reza, imita sus conversaciones con Dios con una similitud estremecedora a nuestras costumbres.
Sin embargo, lo que a mi me desconcierta y logra descarrilar a mi atención por días, es un conjunto de otras cosas en la familia de lo que hablo.
Aquellos incomprensibles seres toman actitudes como la de reunirse todos juntos a evocar. Lo hacen en construcciones de todo tipo y hay en toda la esfera. Aunque con el tiempo han ido modificando y ramificando esa costumbre con otras un tanto distintas.
En algunas, quienes parece dirigir las oraciones de toda la feligresía, están al frente de los demás en cada una de esas construcciones donde se unen, deben llevar sombrero, una túnica blanca, o una negra. Algunos pueden vestir más en relación a como lo hacen todos allí.
Increíblemente, muchos de estos “humanos” fueron capaz de aniquilarse entre sí por tener unas costumbres demasiado ligeramente diferentes en lo que era hablar con Dios.
Otros luego reciben una especie de pago por poder ir a hablar con dios. Es como si comercializaran al diálogo teológico como si lo hicieran con alimento o algún servicio corpóreo.
Eso es realmente lo más extraño, aunque también me pregunto porqué piden cosas tan banales al hablar con Dios. La mayoría pide dinero o cosas sobre el trabajo, los negocios.
Algunos también envían a pares de personas con vestimenta que creo que va con los códigos de la elegancia humana. Estos casi nunca son recibidos, aunque invitan a evocar a Dios. O eso dicen.
Aún más extraño, es que pude observar hace un poco tiempo, que cada vez menos humanos se adhieren a esta práctica sin sentido. Y aunque poco puedo entender de lo que dicen, creo entender que están preocupados por perder a esa “feligresía”. Pero de cualquier modo aún son muy pocos quienes no siguen estos hábitos, y como nosotros, habla más directamente y sin falsedades con su Dios. Sin necesidad de preámbulos aprendidos de memoria, ni acercarse a un yeso tallado. Sin necesitar extrañas joyas ni señas extrañas.

Texto agregado el 20-04-2011, y leído por 86 visitantes. (0 votos)


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