LAS HISTORIAS DE MAIRA Y MOLINA
Capítulo Segundo: “Revelaciones"
Maira intuyó desde un principio que sus sueños eran premoniciones, al ver el mapa con casi todos los detalles que ella había visualizado se convenció de que esa expedición estaba hecha para ella... Prestó la mayor atención que pudo, no dejó ni un cabo suelto y luego con los ojos ardientes de aventuras preguntó a Stuard: “Bien, profesor ¿Cuando partimos?.
Stuard contento al ver la gran determinación de la joven sello la primera parte de la expedición con un fuerte y cálido apretón de manos. Por la mañana se reunirían con el resto de los expedicionarios, Molina quién sería el guía, Thomas Lee quién representaba los intereses de quién financiaba el proyecto, Maira y él.
Maira apenas pudo dormir, estaba completamente excitada, repasaba todas las enseñanzas proporcionadas en la Universidad de Oxford, su sueño se limitó tan solo a un par de horas que a ella le parecieron un siglo, porque antes sus hijos miles de imágenes desfilaban: Felinos, serpientes, aborígenes, mucho sol, cabezas rodantes y un medallón.
El día amaneció amenazante, negros nubarrones y un calor sofocante que pegaba la ropa al cuerpo. Maira apoyaba sus manos en el balcón, Stuard revisaba minuciosamente sus prismáticos. “Buenos días” una voz potente, ronca, varonil sacó a Maira de su ensimismamiento sus ojos se cruzaron, la muchacha logró traspasar la coraza de Molina y él un tanto abochornado le tendió su mano un tanto sudorosa. Thomas Lee, llegó al instante, hombre de mundo saludo a la muchacha besándole la mano con un leve arqueo de cejas.
Estaban hechas las presentaciones de rigor, el Jeep de Molina completamente cargado y abastecido... era hora de partir a lo profundo de la Selva Negra.
"Nada más al salir, Molina detectó un interés demasiado “turgente” de Thomas hacia Maira. Era como si le pasara una radiografía de cuerpo entero cada cinco minutos, y al explorador ya empezaba a atragantársele el “viajecito”. Para colmo el profesor Stuard tomaba fotos hasta de lo más inverosímil, eso sin contar de todas las que le hacía a él mismo, cada vez que creía que no le miraba. En fin, que se controló en más de una ocasión para no tirársele al cuello y estrangularlo allí mismo. Y después estaba Maira, esa belleza que se había colado en su vida con el descaro de un chimpancé en celo... cierto que la comparación no era pertinente, se tenía que reconocer, pero es que nadie se podía imaginar cómo eran de verdad los chimpancés en celo. Él que había estado en África sí que lo sabía.
La muchacha llevaba todo aquello como si todo le perteneciera, desde el jeep hasta el mismo Molina... aunque había algo oscuro también, algo que lo tenía confundido en ella, era una especie de incógnita, algo perdido...”me lo estoy imaginando” se dijo, tocándose instintivamente el amuleto dorado que tocaba su moreno pecho.
Conforme avanzaba el día desaparecieron las nubes, de hecho lo que desapareció fue el cielo, entre aquellos árboles centenarios y toda aquella verde espesura, el calor agobiaba y la humedad hacía transpirar profusamente... Los cantos de los animales les daban la bienvenida... ¿o no?..."
Nunca supieron la hora del ocaso, lo supusieron porque el otrora verde resplandeciente pasó de pronto a ser un verde negruzco. Molina se encargó de levantar las tiendas de campaña, una para Maira y de mayor tamaño que compartirían los tres hombres. Stuard preparó una fogata cuidando de hacerla solo con madera de árboles caídos como se lo indicaba su espíritu ecológico y Lee se dedicaba a cortejar a Maira sin ningún cuidado y con la mayor impertinencia. A la muchacha le incomodaba de sobre manera, se sentía desnuda frente a esos ojos libidinosos, Molina advertía la incomodidad de Maira.
Cenaron parte de las provisiones traídas por Stuard, más un cierto tipo de rata proporcionada por Molina que tenía muy mal aspecto, pero delicioso sabor.
La noche cantaba y sudaba. Maira dio las buenas noches y se retiró a su tienda, Molina decidió estirar las piernas y Stuard escrutar el mapa una vez más. Lee declaró sentirse cansado y luego de despedirse se metió a la tienda. Miles de sombras acechaban a los expedicionarios, silbidos, arrullos y ronroneos, a pesar de todo el barullo Maira dormía, soñaba feliz hasta que esa ensoñación fue violentada por un enorme peso sobre su cuerpo, alguien se la había echado encima, alguien le abría la boca con un tentáculo húmedo, baboso, garras le aprisionaban los pechos, no podía gritar. Abrió los ojos... era Lee que trataba de aprovecharse de ella. La muchacha con gran determinación cogió un cuchillo que guardaba bajo la almohada y lo puso en el cuello del agresor. “Suéltame bastardo desgraciado”, la soltó y le dijo que solo estaba correspondiendo a sus constantes amagos de seducción...
A Molina no se le quitaba de la mente el sueño... Había soñado con flores esparcidas por el pecho desnudo de Maira, flores de color rosa... la recordó con la piel bronceada y pelo rojo fuego, donde ella representaba a Eros, la diosa del amor y la pasión desenfrenada. Jamás había tenido un sueño semejante, tan vívidamente sensual y excitante... Por la mañana cuando despertó su cuerpo aún estaba tremendamente ansioso, con la sensual humedad a flor de piel y con su sexo endurecido. Advirtió unos extraños gestos extraños en los compañeros de viaje. Por una parte el profesor Stuard parecía de lo más incómodo, preparando sus paquetes y repasando su cámara fotográfica, aunque no paraba de “echar vistazos” a Lee; Maira aparecía entre unas malezas con una expresión en la cara de muy pocos amigos... tan pocos que hasta el intrépido explorador sintió un ligero escalofrío... Y luego estaba Thomas Lee, ese engreído que tenía por cliente. Algo había en la cara de ese hombre que nuevamente le causó temor e intranquilidad. Algo había que no funcionaba como era debido. “Te estaré vigilando, amigo” pensó dirigiendo su pensamiento hacia el desagradable hombre.
Por su parte Maira soltó un suspiro de alivio cuando salieron de nuevo en su “búsqueda”. La noche anterior había estado a punto de ocurrir una desgracia. Miró a Molina. Sí ese hombre rudo y fuerte hubiera descubierto a la sabandija de Lee encima de ella, a estas horas estaría muerto, a ella no le cabía ninguna duda. Se fijó en sus fuertes hombros, en su recio cuello, le pareció atractivo, viril y salvaje.
Luego de horas cruzando brazos del río, la selva comenzó a franquearles el paso, ya no era posible continuar a menos que lo hicieran a pie. Bajaron solo lo imprescindible desde el Jeep y continuaron.
Molina les habría el camino a punta de machetazos, Maira lo seguía admirando su audacia y su determinación, Stuard cada cierto tiempo se detenía a admirar flores monumentales, de colores indefinidos y que se alimentaban de pequeños insectos, por su parte Lee caminaba ofuscado, espantando mosquitos que se adherían a su piel como si quisieran devorarlo. “Yo le advertí, Lee que usara el repelente, en estas latitudes estos pequeños chupasangre son implacables” le dijo Molina con una sarcástica risa.
Estaban próximos a que la selva se tornara verde y negruzca cuando un extraño resplandor les hirió los ojos. Tan solo a unos pasos encontraron una piedra de regular tamaño, cuyos bordes se hallaban engastados en oro macizo. Una inscripción en una lengua remota, pero similar al “arawac”, usado por los Ticunas y que Stuard, arqueólogo y lingüista de fama reconocida, tradujo: “Esta es la morada del Sol, indecentes son aquellos mortales que miran hacia los cielos” A Maira le latía el corazón con tal fuerza que Molina podía adivinarlo por el ritmo que le daba a su ceñida polera y porque sus pechos bailaban al son de un tambor.
Lee se lanzó sobre los bordes dorados sin ningún disimulo, los acariciaba tal como lo hizo con Maira, aquella noche y el espectáculo que daba era lastimoso y repugnante.
Stuard vertía lágrimas de emoción, significaba mucho para él, puesto que había decidido retirarse el día que pudiese ser recordado en los anales de la arqueología como un gran descubridor.
¿Qué quiere decir la inscripción? Preguntó Molina.
“Yo creo que debemos seguir” dijo Lee, “Nos espera un gran tesoro, de eso no hay duda alguna” y rodeando la piedra quiso avanzar, pero una fuerza indescriptible lo lanzó de espalda. Era como si hubiese un muro de contención invisible e impenetrable.
Nadie advirtió que Maira estaba en trance, sus ojos miraban sin ver y su piel había tomado un tono mortecino, se abrió paso entre sus compañeros y franqueó la entrada de un muro que solo ella podía ver. Molina trató de detenerla pero su cuerpo estaba inmaterializado, era como un espectro, un bello espectro con vida. La Selva se la tragó, sin dejar nada de ella. Una vez que la muchacha desapareció, también desaparecieron las inscripciones de la piedra, así como los bordes de oro.
Los hombres estaban atónitos y confundidos, no se atrevían a hablar, sobre todo Lee, que maldecía su perra suerte y a los desgraciados que lo obligaron a venir a esta tierra de subnormales brujos.
Stuard rezaba silente, trataba de ordenar su concreta mente, quería dar una explicación, pero nada lógico se le ocurría.
Molina estaba confundido, pero algo inexplicable le calmaba la angustia. No sabía ¿por qué? de pronto su medallón adquiría un fulgor sobrenatural y le curvaba el cuello por el peso. Se acercó al lugar donde la chica había desaparecido y como atraído por una fuerza de otro mundo la Selva hizo de las suyas tragándoselo antes de que pudiera darse cuenta.
Allí en medio de lo incomprensible quedaron Stuard y Lee, no se hablaban, uno maldecía y el otro rezaba.
Así los sorprendió la noche y el coro de la fauna nocturna.
"Tal vez sea un sueño", pensó Stuard y mañana será otro día. Sin ánimo de levantar las tiendas se durmieron cobijados por la humedad de la selva.
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