Estoy en una cornisa entre el espacio libre y la fachada, oh pobre cemento vertical que mucho no logra hacer por mí, más que inventar un imán que trata por todos los medio de sostenerme. Pero al no quedarme mejor remedio, comienzo a descender cual araña, siendo que nunca pude contra el vértigo por las alturas, ahora me veo envuelto en un coraje interior que me sobresalta, es decir me sorprende la satisfacción que experimento, con esta oportunidad que se ha presentado, donde por un instante dudo en seguir con la experiencia de enfrentar el peligro a las alturas, pero que finalmente me aventuro a lo que sea.
Podría haber ido hacia el este, pero decidí por el oeste, atraído por un antojo de aparecer en la casa del propio vecino amigo.
Quiero resaltar que estoy relajado, músculos flácidos que para nada se sienten cansados. Entonces el coraje se embebe en el cuerpo, cual filtración de agua de tormenta tropical.
Pero ya descendiendo, cosa que he incorporado en mis reflejos, el hecho de actuar con destreza en picada, me atrevo a transitar de esta manera por el camino más largo, además, por el simple hecho de hacerme una escapada, por la ventana de la habitación de una vecina, que me tiene loco de amor.
Con el paso del tiempo esta historia, cada vez más triste, deja asentado, que me he cansado de aquel matrimonio, sabido es, teniendo hijos con esa mujer ideal, la vecina del piso de debajo, de donde aparecí aquel buen día, quedando sellada nuestra suerte para siempre, por mi maldito coraje y por su inoportuno balcón con vista al río.
Pero lo cierto es que que he tenido una vida tan complicada, con hijos enfermo de la droga, mi mujer, la del balcón, lisiada, pintor de brocha gorda con poco trabajo, casi un desocupado, que he decidido quitarme la vida tirándome de un noveno piso, y así es que estoy parado en otra cornisa, que seguro ha de ser la última.
¿Que hago me tiro o no me tiro?