Esa tarde se escapaba la brisa como una anémona triste por el regadero la luz de la luna tomo una plaza marco las huellas, blindó la noche. Las estrellas llegaron y no pudieron llorar al ver tus ojos verdes como el huracán un soplido suave en tu nuca sentí tu aroma y esa manera de sonreír. Sólo los niños y ancianos captaron que eras la muerte inconsecuente esas manos heladas, ese frío en la piel no era mi hora, sólo pasabas a saludar.
Texto agregado el 19-04-2011, y leído por 119 visitantes. (2 votos)