Al despertar Florencia constató que la almohada se había deslizado entre la ventana y el costado del asiento, e intentó secar la humedad de su mejilla derecha con la punta de la frazada que el auxiliar del bus le había entregado la noche anterior.

Miró alrededor reconociendo el escenario, como si hubiese dormido años. A su lado, un hombre tapado con una frazada azul dormía con los brazos cruzados. La imagen le pareció triste. Al otro costado del pasillo, una joven leía un libro de autoayuda e intentaba tomar notas, mientras evadía la mano de su pareja, que la acariciaba infructuosamente.

Se incorporó en el asiento, enderezó el respaldo, y estirando su mano derecha recuperó la almohada y la dejo en un costado. Al mirar el reloj del bus sus piernas comenzaron a temblar. No sabía bien si por las horas de viaje o por la inminencia del encuentro que tendría lugar en unos minutos. Abrió la carta y la leyó, una y otra vez. Cada tanto volvía a pegar su mejilla a la ventana imaginando el momento en que bajase del bus y él estuviese ahí esperándola.

De pronto hubo gritos. Florencia apretó la carta a su pecho y cerró los ojos.