Va entrando el otoño de lleno en el acomodado tiempo que lo deja pasar, y por ende los no videntes nos precipitamos sobre el desenfado de una nueva etapa, en un año nuevo, con la luz y el aire fresco, a la vez que caluroso y helado.
En estos próximos días he de ser padre por segunda vez. Pero el mayor temor que tengo, es que el niño nazca ciego igual que yo y su hermano; me avergüenza tener que aceptarlo y mucho más admitirlo, aunque también tener que decirlo ahora, pero en ocasiones he rezado por que en ésta oportunidad sea de otro hombre y con ello el hijo que viene a lo mejor se salve de esta eterna noche; y nos pueda ayudar.
Para mi existen dos tipos muy diferentes de oscuridades, el manto negro característico de su propia esencia, y el velo que supone la ignorancia, la falta de afecto, el resentimiento, no tener ni siquiera un mínimo de amor para dar.
Después de recibida la orden ajena hay que ejecutar una acción que para nada nos compete.
Finalmente el hijo nació y es no vidente. He sufrido tanto, pero por suerte lo estamos ayudando, a partir de una educación acorde con las limitaciones y las circunstancias.
Le hemos puesto de nombre Ángel, y entre otras virtudes es un niño lleno de alegría, que nunca está deprimido, que siempre permanece optimista.
Lo que más me ha costado hasta ahora es tener que cambiar los pañales.
En cambio las flores son nuestra debilidad. A mi señora siempre le gusta mucho oler las flores, cualquiera sea su origen, la casa tiene como ocho ventanales de donde entran los diferentes olores y fragancias.
Por último quiero decir que me siento muy feliz de que seamos como somos, feliz de tener una familia donde todos somos no videntes, que me conformaría inclusive, con que ocurra la mitad de un milagro y que aunque sea por un día podamos recobrar la vista, así nos podríamos mirar en donde estamos y como somos, y a seguir adelante gozando de la vida de la mano con el destino que nos toque.
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