Un duende que viene a estar con nosotros, pues una familia es amenazada por la inseguridad, pero por desgracia ya estando aquí, primero experimenta que le sale humo por los dos oídos, más que luego, enseguida, el pobre se hace humo entero, hasta desaparecer.
Esa familia es arrastrada, lo que vale decir que esa familia, que el duende venía a ayudar, es tomada por asalto, llevados al borde de un acantilado y luego con pinches, los piratas del asfalto los amenazan con tirar al rio; hasta que viene una patrulla y por fin los rescata.
En otro lado, un hombre se pasa la vida arrastrando un trineo, pero luego de mucho meditarlo, hace una fiesta para celebrar que se siente feliz; y sigue el camino pues le faltan mil cien kilómetros de camino inseguro. Ese hombre es ese duende que luego se hace humo. El amor que lleva dentro será suficiente como para saldar la deuda que tiene con el destino.
El fuego sabe cocinar la presa que nunca supo escapar, pero que dios sabe que es una misión alimentarse de sus virtudes. Nadie puede resistirse a una sonrisa, pero si a la muerte, quiero decir: Que estamos todos como opinando, queriendo incidir en las decisiones que el destino nos tiene prefijados, la muerte tendrá su motivo y razón de ser lo que es y de saber lo que sabe.
Nadie tiene la culpa porque exista la vida, por el contrario todos tenemos vida y la disponemos a usar.
Una familia con todos sus integrantes que deja de existir a la deriva, condimentos ideales de un cuento sin dueño, con el adobo de un castigo por parte de su autor, que por fin agoniza por la malaria. Brindo por la puta historia que unida con el absurdo hacen a su antojo surcos en la piel del destino.