Ya llega el verano,
y tu olor se filtra por los poros de esta casa;
me mece en su regazo, y sudoroso apelmaza
las palabras derretidas,
el dolor de melaza.
Y como acostumbras, pena,
con tu insistencia me duermes,
y en el sueño intranquilo me hieres,
hasta dejarme inválida,
muda en mi coraza.
Luego el otoño arriba,
y pareces dar tregua,
trayéndome ráfagas de raza,
y con ellas la vida
no mengua.
Octubre siempre fue el mes
en el que se me regalaron más promesas;
tú con ellos las profesas,
pero pronto me las arrancas,
dejando vacías las tazas.
Así se acerca el invierno,
y con su fría capa me arropa,
y le tengo a él, y a mi sopa,
de calidez y recuerdos que el alma lanza.
Y aunque retornes, pena,
la luz del día poco luce,
y en la helada noche
sobran las cruces,
que el estío me puso como condena.
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