Había una “atosigación” «Esa palabra no existe Yuriko». Como una “asfixiación” «Esa palabra tampoco existe Yuriko», en el paso. La villa quedaba a lo lejos, con todo y sus techos azules, como el mar, una “azulización”, como clara, en el horizonte, se difundía deliberadamente con el paso, lleno de gente corriendo, apretadas, en el paso apretujado, el camino diario, la salinización del aire, la saturación del escaso aire y los pasos y el paso sin parar.
Yuriko le gritó a Hideki, que se perdía en la paja de un burro con un listón rosado, en el camino que se desviaba con el anciano de la carroza, con la mujer y sus gallinas sudadas, los perros descalzos, el crujido en el camino, y los manantiales llorando, el mar en llanto, gimiendo, soplando, el mar llevándose los techos azules, el mar en Yuriko que se ahogaba, en Hideki que se ahogaba, toda la “asfixiación”, el aire perdido, los techos azules extraviados, los techos más azules que nunca.
José Darío Bustamante.
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