Ni siquiera lo sabrás porque estabas dormida sobre mi pecho, en perfecta calma luego del desenfreno nocturno. No lo sabrás jamás porque lo susurré por sólo un instante y tú estabas vagando en otro planeta habitado por alguna fantasía de tu elección. No te vas a enterar siquiera del problema que tengo, en el que jugaste un papel terapéutico, porque después de despedirnos hoy ya no volveré a llamarte.
Mucho menos sabrás la verdadera razón por la que te invité a salir. El pretexto fue un café que me serviste aquel día, pero lo que me cautivó en realidad no fue tu sonrisa al acercarte a la mesa ni la forma en que el uniforme se ajustaba a tus curvas. Lo que me atrajo fue tu gafete.
Valeria.
¿Quieres salir conmigo, Valeria?
Sí, te quiero, Valeria.
Valerie, Vale, Valerita... Valeria, Valeria y mil veces Valeria.
El nombre de la primera novia que tuve, vecina de escritorio en la escuela y compañera fugaz de la vida, a la que nunca pude darle ese anillo de compromiso que al final perdí en la casa de empeño.
No sabría cómo explicarte y jamás podrías entenderlo. Desde que terminé con Valeria, mi manera de ver el mundo, de conocer y de experimentar difiere mucho de la de los demás. Intenté buscar mil soluciones, hablarlo con especialistas, incluso trabajarlo con terapeutas, curanderos y chocheros. Nadie me daba una solución concreta. Nadie sabía cómo lograr que aprendiera nombres nuevos.
Si me ponían con algún compañero a encabezar un proyecto, siempre los llamaba José, como el que me dejó plantado con el trabajo final de química a los 16 años. Si entraba a un nuevo trabajo, todos mis jefes se llamaban Miguel, como el imbécil maestro de universidad que me reprobó por creer que había copiado. Si trataba de salir con alguna chica que me atrajera... en mi mente siempre era Valeria, aun cuando me corrigieran un sinnúmero de veces.
Recibí un sinfín de reclamos por nunca acertar con los nombres y alguien estuvo a punto de demandarme por daño emocional. Era un error tras otro: un nuevo despido, un nuevo rompimiento (después de una bien merecida cachetada) y un nuevo cambio de planes cada vez que mi problema volvía a causar algún desastre.
Por eso decidí intentar las cosas contigo. No lucías nada mal y no tendría problemas para nombrarte. Valeria, repetía gustoso cada vez que te veía, en ocasiones sólo por el placer de decirlo y no para llamar tu atención.
Y entonces me entregué a ti, algo que jamás pensé volver a hacer. Pero no me refiero al sentido carnal y banal. Dejé que me enamoraras y poco a poco entraras en alguna parte de mi mente, aunque cualquiera diría que fue en el corazón.
Y a pesar de eso, jamás volverás a saber de mí. Cambiaré de número, rutas y rutinas, todo para no tener que darte explicación alguna.
¿Lo verdaderamente jodido?, fue encontrar el talón de Aquiles en nuestra relación cuando te llamé por otro nombre al despertar a tu lado. |