Se me exigió que renunciara
al sol de tus miradas,
a la comprensión de tu silencio
y a la inocencia de tus años
idos;
y yo dejé por fuerza de pedir
tu consuelo,
de confiar en tu aliento, y aprendí
a estar sola;
acomodé mis horas en la quietud
de las plegarias
y cuando conseguí
endurecer mi alma
y borrarme del rostro la candidez
del destiempo,
se echó en falta el lucero
que me habitaba el alma
y se me reprochó que hubiera obedecido
la exigencia.

Yo me miro las manos con sus dedos
ausentes,
yo me miro los ojos y no encuentro
su luz,
yo me miro el destinte que brotó
en mis cabellos
y se agrieta el espejo
cuando en ese reflejo se refleja
mi faz.

Ahora que he soltado en tus brisas
mis pájaros,
ahora, liberadas
mis lágrimas tardías,
ahora que las lluvias de mis veranos
tan extraños
al fin se han ausentado
con tu presente nuevo...
¿de dónde saco pompas de jabón
para adornar tu fiesta?,
¿cómo coloco al aire
mi renuncia de estrellas?

Quizás debía saber
que en tu inconstancia,
una noche querrías
que el sol iluminara
de nuevo tus caprichos
y guardara el tesoro de su luz
para ofrecértelo,
porque tu antojo, un día
exigiría
lo imposible.


("Donde vuelan los colibríes")