Yo no sé quien fue el que dijo que era la profesión más vieja del mundo, porque la verdad desde hace mucho tiempo no veo a alguna que sea mayor de treinta años rondando la cartera en las esquinas, tampoco se que puritano se le ocurrió pensar que esto es una vida fácil, yo la vivo y hasta ahora no le encuentro la facilidad de la que hablan los que nos traen café en invierno, o el caballero que viene de terno y corbata con la biblia en las manos, nos dice todo el tiempo; “hermanas la vida fácil que Uds. Llevan no es buena a los ojos de Dios, arrepiéntanse y tendrán su perdón”.
La verdad no es fácil, porque hasta ahora se me sigue haciendo difícil abrir las piernas para el guatón asqueroso que viene todo traspirado del taller mecánico; hediondo a grasa y con el pecho saturado de pollos que bota entre jadeo y jadeo. Todavía me da miedo cuando llegan los autos de los cuicos casados que se las dan de respetables y a la hora de estar con una, te pegan, escupen, pellizcan y te penetran por la vagina y la vez te meten el dedo por el culo. Es terrible, buscar de vez en cuando alguien que te haga remedio y que te saque el pequeño estorbo que no te va dejar trabajar por el resto de tu vida, yo ya me lo hecho cinco veces y nunca he quedado buena, siempre me llevan al hospital por alguna infección o cosa rara.
Yo no estoy trabajando aquí de gusto, estoy trabajando aquí porque no tuve otra cosa que hacer, porque cuando mi mamá vio que era más bonita que ella y que le gustaba a la pareja nueva me hecho de la casa, fue la primera vez que me dijeron puta, y lloré. No fue que me gustara desde el principio, pero sin tener donde irme a los trece años, dormí tres días en una “casa” bajo el puente del estero, donde vivía la Ivana, una mujerona que traficaba papelitos bien doblados que tenían un polvito blanco que se aspira por la nariz. La mujerona me cobraba tres mil pesos por dormir en una caja cerca del fuego. No me daba de comer, solo me cobraba y si era tan re chica, dígame Ud. ¿De donde iba a sacar plata yo? Y por acercarme a carabineros dos veces me llevaron de vuelta a la casa de mi mamá y ella de solo verme le entro la rabia, me saco la cresta, no tenía la culpa yo de que el viejo entrara al baño cuando yo me bañaba, pero igual me hecho de nuevo. No le importo nada. Yo quería ser doctora, quería curar a los enfermos, quería salir del hoyo donde estábamos viviendo.
La primera vez me dolió tanto que pensé que me partiría de la vagina para arriba, y cobré tan poco que lo único que logre pensar, mientras el otro se movía sin importarle mi llanto, que ni toda la plata del mundo podría curarme el dolor. Era un cabro de no más de veinte años y trabajaba como carretonero, me ofreció cinco mil pesos, le dije que si, tenía hambre y la Ivana me iba a pedir plata por dormir en su casa. Él me llevó a un rincón de una casa botada, entre pedazos de escombros nos acostamos encima de un colchón viejo que ya había visto historias similares con cuerpos diferentes. Después que terminó se reacomodó los pantalones y se subió el cierre, me tiró las cinco lucas en el colchón que cayeron junto a la mancha de sangre, se sonrió y me dijo; Estabai nuevita. Luego se fue.
Me quede tres días sin ser capaz de gastar la plata, dormí en una plaza y después en una casa para vagabundos, hasta que una flaca alta de pelo amarillo me dijo; esa plata es tu primer sueldo, ya no la mires más que la Gabriela se te va a esconder. Fui a una panadería compré pan y una coca-cola, una semana después cobraba veinte mil pesos por chuparlo y por el servicio completo cincuenta mil pesos, empecé a ganar plata y hasta ahora todavía lloro, todavía me cuesta y todavía quiero ser doctora.
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