Confíscame el aliento, rey del sub-suelo, y marea de profundidad y luces veloces mi mirada de sangre tropical.
Confíname como cada mañana al ajetreo de codos y pasos y rostros indiferentes,
escurridizos, obligados, similares…superiores…
y anuncia con voces de arduos acentos cada uno de tus destinos constantes.
Buscando siempre una esquina, me siento recostado de tus fríos tubos plateados,
que deforman mi reflejo en su esférica y silenciosa existencia,
y pretendo como los demás una soledad imposible.
Léeme como leo un libro tras otro, encarcelado en tu merced, un Jonás cansado viajando en las entrañas
de una moderna ballena de acero, con lamentos metálicos, creando un ritmo inolvidable.
Tímidos, casi temerosos, los ojos se esmeran vanamente en evitar otros ojos;
las manos asen con fuerza cualquier pertenencia;
y la vida se torna por unos instantes en un manojo de golpes de inercia, que olean el cuerpo,
mientras los pensamientos se arriman inevitablemente a la pátina de cosas pasadas
o a la incertidumbre de otras futuras.
Átame, dios de largas y laberínticas extremidades, a la magnífica ingeniería que te dio vida;
y protégeme como hasta ahora de la nieve, del fuego y las distancias.
Al abordarte hoy, huyendo de mis huellas en el pavimento sucio gris escarcha;
de la fatiga de días repetidos en siniestra melancolía;
y de la certeza de venideros días mutilados de compañía;
procuraré tocar tus coloridas publicidades, tus mapas complicados,
tus duros asientos grisáceos; y envuelto en el mutismo de tus velocidades,
no leeré más que el libro de mis sueños,
a ver si reencuentro el yo que perdí entre tantos rostros hermosos y extraños,
nublados de premura e indiferencia,
o ese otro yo quimérico que me propuse ser y que aún nadie me presenta.
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