La luz no existe si tienes los ojos cerrados y después de un cambio tan enorme, un cúmulo de legañas y lágrimas resecas cerraron los míos.
Al desaparecer la luz aparece la ansiedad y el miedo a lo oscuro, a lo desconocido.
Abrir los ojos parecería la solución más fácil pero es tan peligroso. El transito entre la oscuridad y la luminosidad es demasiado brusco y corres el riesgo de caer precipitado a la ceguera permanente, debes ir abriendo poco a poco, día tras día tu campo visual para que todo vuelva a la normalidad del momento, del nuevo instante en el que debes continuar, avanzando hacía la utopia de una vida mejor, a volver a sentir la sonrisa interior que la luz apagada no deja ver en mi alma.

En definitiva, los cambios aunque dolorosos son necesarios, un pozo puede ser un buen lugar para esconderse pero también para florecer en el interior de su soledad.