El Poeta sin Yo
El poeta sabía que aquella procelosa noche marcaba el compás a su desasosiego, sabía que la impertérrita obscuridad hacía compañía a su insomnio en un acto de mera compasión, compasión por un poeta que se perdía en los confines de la tinta y en la zozobra de las letras olvidadas, el poeta también sabía que cada susurro insolente del viento era el anuncio de una muerte acompasada y tortuosa, una muerte que se hacía presente cada vez que el capricho incontrolable de lo que él había llamado “ente substancial” lo desafiaba con desdén y lo obligaba a trasgredir el lenguaje, a forjar las palabras que ornamentarían el puente entre lo real y lo inexistente, las palabras que harían que tal ente prorrumpiera en el mundo fenoménico.
El “ente substancial” era metódico, había planeado todo con precisión y escrupulosidad, susurraba a los oídos del poeta una armonía de palabras irresistibles, de alegorías cautivadoras, desafiaba todo lo arquetípico e impugnaba cualquier clase de paradigma existencial; el poeta no podía resistirse, tomaba una pluma y la guiaba hacía la construcción de lo sublime, hacía el quebranto de la barrera que separaba a lo humano de lo trascendental y cada vez que lo hacía, perdía sus fines, sus ideas, su filosofía, su voluntad; el precio que cobraba “ente substancial” era su conversión a un sujeto sin arquetipos, a un ser nouménico, impreciso e irresoluto, a un poeta sin yo.
Esa noche lo había obligado nuevamente, y ahora el poeta sin yo intentaba combatirla, pero, ¿cómo librarse de “ente substancial”? ¿Cómo puede un hombre concebirse sin su alma? Estaba ya extenuado, debilitado por la pérdida de su yo, por ver como su poesía era un arsenal sin límites visibles para su identidad; por cada verso de amor escrito, el olvidaba lo que era amar; por cada descripción de lo bello y lo suntuoso; el perdía la capacidad de admirar y distinguir cualquier acto de fruición estética; por cada línea de fervor religioso, perdía sus dogmas, su fe; por cada descripción onírica de la realidad, el olvidaba lo que era soñar; para esa noche, el poeta no tenía más yo que la poesía, y al darse cuenta de eso, de que “ente substancial” no tendría nada más que arrebatarle decidió asumir el rol de lo único que le quedaba: escribir. Escribió pensando, escribió dejando de lado a la perfección de la irracionalidad, no recurrió a la locura, ni a lo absurdo de lo bello, desechó lo paradójico y los hechos inadmisibles dentro de la filosofía hermética del hombre, escribió hasta sellar las puertas con lo inconsistente, hasta dejar aprisionada a la utopía.
Al día siguiente, el poeta sin yo estaba muerto, su cuerpo sin rostro, inexpresivo de hito a hito se encontraba tumbado entre los restos de sus poemas, “ente substancial” no había conseguido su objetivo, no había logrado presentarse tal cual era en el mundo de lo real, los poemas escritos estaban destinados a no comprenderse, a ser incapaces de causar una misma interpretación para todo el que los leyese. El poeta había logrado mantener lejos de los hombres lo que debía de estar oculto, mientras “ente substancial”, desesperado, seguía recorriendo las mentes de otros poetas, musitando a sus oídos lo que siempre quisieron escuchar y llevándolos hacia la locura de la irracionalidad. |