Sé que discuten en el comedor pero ya no los oigo. Hace tiempo que las orejas dejaron de alargarse cuando se habla de mí y me inventé unas abejas con un zumbido muy ruidoso que mata cualquier conversación. De vez en cuando se oye un chillido del cojo pero entonces meto un centenar de abejas más y problema arreglado. Mi cráneo es lo suficientemente amplio como para tenerlas ahí dentro sin sentir mayor incomodidad que la ocasionada por las palabras dedicadas a mi persona. Tengo que trabajar y no puedo estar al tanto de sus venenitos. Es un lindo día, además. Todo este mes ha sido luminoso y en el aire hay algo dulce que antes no había percibido. Me convenzo de que las palabras maliciosas embadurnan todo con su pez y que son ellas las que producen esa cerilla abundante, ambarina y apestosa que de vez en vez aparece en los oídos. Mi abejitas hacen mielina con ella... y eso ha de ser lo que dulcifica mis sentidos.