EL SECUESTRO
Cuando salí del Mall de la sureña ciudad, ubicado en la parte norte de ésta, ya era de noche, y el alumbrado público iluminaba el sector alrededor de ese gran centro comercial. Caminé junto a otras personas que salieron conmigo hacia la avenida que cruzaba por ese lugar, para dirigirme al hotel de en frente donde me registré el día anterior. Había ido a comer algo en el sector de gastronomía con varios locales bastante buenos. Llegué al cruce para caminar hacia el otro lado, y el semáforo nos detuvo con la luz roja. Junto a mí llegó una pareja de jóvenes abrazados tiernamente mientras esperábamos, y una dama vestida elegantemente, de unos cuarenta años, buena moza, con un bonito abrigo azul marino y un bolso que le colgaba del hombro. La luz roja del semáforo cambió a verde y comenzamos a caminar hacia el otro lado de la avenida. Los jóvenes se fueron adelante, yo a continuación, y atrás se quedó algo retrazada la señora. Llegamos al otro lado y me dirigía hacia el hotel distante unos cincuenta metros, cuando sentí una frenada muy brusca y los neumáticos que chirriaron al resbalar por el pavimento. Me detuve y me di vuelta para ver que sucedía, y pude observar que era un automóvil negro de donde se bajaron dos hombres y se abalanzaron sobre la mujer, que en principio quiso oponer resistencia, pero al final dejó que la tomaran y la ingresaron al vehículo, que luego reinició la marcha a toda velocidad. Mientras observé el suceso pude ver y recordar la patente del automóvil. Me quedé sorprendido y me encaminé hacia el hotel.
Ingresé a la recepción para solicitar la llave de mi habitación y le comenté al joven que me atendió lo que me había sucedido hacía pocos minutos a pocos metros del hotel. Él también lo encontró insólito e increíble. Quizás fue un secuestro, me dijo. Entonces me consultó si deseaba informar a la policía. La verdad que ante la pregunta dudé al principio, pues pensé en que entuerto me podía meter sin saber de qué se trataba, pero luego me dije que debía dar cuenta, pues quizás ello ayudaba a esa dama. El joven me comunicó, me atendió una señorita y le relaté todo lo que había presenciado, que luego me pidió todos mis datos personales y me agradeció la información, que ella entregaría de inmediato a una unidad para que ubicaran al vehículo sospechoso. Nos despedimos y colgué el teléfono. Eso me dejó más tranquilo al haber cumplido con mi deber de buen ciudadano. Tomé la llave de mi habitación y me dirigí al tercer piso donde se encontraba. Llegué a ella, ingresé, me dispuse a preparar mi maleta y luego me acosté, pues al día siguiente volvía temprano a la capital. Me costó conciliar el sueño, pues por mi mente pasaron muchas imágenes con diferentes episodios del tema.
Durante todo el viaje no me pude quitar de la cabeza a la dama raptada o secuestrada. Pedí a la azafata que me trajera los diarios para hojearlos por si aparecía alguna noticia relacionada con ello. Lamentablemente no encontré nada. El vuelo llegó al mediodía de ese viernes y luego de salir del terminal aéreo retiré mi automóvil del estacionamiento donde lo dejé el martes pasado, para dirigirme a mi departamento en el sector oriente. Ya de regreso en mi hogar, descansaría ese fin de semana para iniciar la semana siguiente con las pilas bien cargadas. En la noche del sábado vi las noticias de la televisión pensando que se diría algo de la desaparición de una mujer en una ciudad del sur, pero nuevamente no apareció nada.
El día domingo había cenado y encendí el televisor para ver el noticiario, y grande fue mi sorpresa al escuchar una nota policial, que decía que en una ciudad del sur habían logrado apresar a una estafadora profesional, buscada hacía tiempo. Mientras el locutor leía la noticia, mostraron una fotografía donde pude comprobar que era la misma mujer que había visto en la avenida frente al centro comercial, y que subieron a ese automóvil negro los dos hombres. Al recordar que informé a la policía pensando en un secuestro, esta vez no me sentí tan bien.
Alfildama (Guillermo Gaete C.)
27 de marzo del 2011 ©
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