Colectividad

El saltimbanqui del semáforo, pasaba sus días jugando con los cuchillos bien afilados; hacía maromas con ellos, pasándolos de una mano a otra, tirándolos por el aire y volviéndolos a asir, sin rasguño alguno. Terminaba con el tiempo suficiente para tratar de buscar en sus semejantes, la ayuda necesaria que le garantizara su sobrevivencia diaria. Con el paso de los días, y un par de semanas, la gente que esperaba en el paso del semáforo, le prestaba menos y menos atención al malabarista de los cuchillos filosos; incluso llegó a ser un ser invisible como muchos otros que merodean en las aceras de esta ciudad. Pero todo cambió el día que cayó sobre él uno de estos cuchillos, directo al pecho atravesando su corazón. La gente que pasaba, asombrada miraba la fatal escena, y los mirones que nunca faltan comentaban la tristeza de ver muerto, a aquel que en vida ni discriminaban, pero ahora volvía a existir por pocos instantes aunque sea muerto.