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Inicio / Cuenteros Locales / Kpino_VI / EL OCASO DE LOS NIÑOS

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Llovía torrencialmente, el viento y las olas del río tambaleaban la pequeña embarcación, que estaba en un incesante vaivén al compás de las hondas fluviales. El techo de palmeras había volado al empezar el fuerte ventarrón. Intempestivamente del río salieron cinco gigantes lagartos negros, que rodearon al bote y la libraron de las olas, los pasajeros estaba aterrorizados. Julián el menudo pasajero de menos edad, en la embarcación, pensó que a su temprana edad, le había llegado la muerte y no había escapatoria; entonces sintió que un lagarto de un solo zarpazo le cercenó las dos manos y otro le arrancó los pies. Comenzó a desangrarse, sus demás compañeros corrieron a socorrerlo. Pero él sintió desmayarse, y se desplomó en los brazos de Marcelo. Julián, Julián, ¡levántate!, alguien se nos está acercando – Le gritó, Marcelo. Entonces con alivio, se dio cuenta que todo había sido un sueño. Un yate con tres personas, pasó cerca de ellos, saludándoles con las manos y tomándoles fotos.

- Son turistas que van a Pacaya – Samiria, dijo Andrés.

Paradójicamente, el pueblo tenía el nombre de “Prosperidad” una pequeña aldea de unas veinte casas, ubicadas al margen izquierdo, del majestuoso río Amazonas, en la punta de un largo meandro, donde el viento soplaba fuerte casi las veinticuatro horas al día, a pesar del abrasante calor que había que soportar diariamente. Cada vez que había fuertes vientos acompañados de lluvias – como era, casi siempre -, las rústicas casitas de palmeras y madera se venían abajo; y había que empezar de nuevo. Allí un dos de julio del año mil novecientos noventa y uno, en horas de la madrugada Doña María, parió al último de sus diez hijos.
- Se llamará Fermín, dijo su padre Don Gerardo.
- No, se llamará Julián, refutó Doña María, aún echada en la cama de su cuarto. Así se llamaba mi abuelo y quiero que mi último hijo, lleve ese nombre. Ya no te daré más hijos Gerardo, suficiente carga tenemos y no hay cómo mantenerlos. Con Julián cerramos la fábrica.
- Esta bien mujer, pero no es para que te molestes. Contestó don Gerardo, para calmar a su esposa. Y siguió meciéndose en su hamaca; mientras María daba de lactar al recién nacido.

A los cinco meses de embarazo, María tuvo su primera amenaza de aborto. Su avanzada edad, y la cantidad de partos bianuales le estaban pasando factura. Ella sospechaba que perdería al niño, a esa fecha aún no sabía el sexo del ser que llevaba dentro. Pero no estaba dispuesta a perderlo. Una mañana, cuando ya iba por los siete meses de gestación sintió dolores. Entonces en el desayuno, delante de todos sus hijos, se paró y muy resuelta le dijo a su marido.
- Gerardo, no voy a perder a mi niño. Hoy mismo me tendrás que llevar a la frontera. Quiero que me vea y trate un espiritista.
En la tarde de aquel día, ambos se subieron en la motonave “Diego”, amarraron su hamaca, en el último piso de la lancha. Y Se fueron, en un viaje de dos días con destino al Brasil en busca de un buen Espiritista. Los dolores de María continuaron durante el viaje. Finalmente llegaron a Tabatinga, en el puerto, conocieron a don Tiburcio Parejos, un peruano, a quien preguntaron si conocía a un buen espiritista.
- Sí, conozco al señor Paulo Guimaraes, es un buen espiritista, su casa está en la calle Texeira N° 735, cerca de la plaza. Pueden tomar un taxi, y los llevará directo a él. Es muy conocido en la ciudad.
Doña María que era la más interesada en el asunto, le dio las gracias por la información y se despidieron. Subieron una pequeña escalinata para llegar a una plazoleta cerca al puerto donde acoderaban todas las embarcaciones provenientes del Perú, Colombia y del mismo Brasil. Había mucho movimiento comercial en el puerto, que había que abrirse camino con la ayuda de las manos, ni los permisos pedidos por María eran suficientes.

Llegaron a la dirección Texeira N° 735, tocaron la puerta. Un joven de unos veinte años, abrió la puerta.
- Bom dia. O que eu posso ajudar?
- Buscamos al señor Paulo Guimaraes. Le contestó dona María, que entendía muy bien el idioma portugués, - habia vivido en Tabatinga durante diez años-.
- Venha e sente-se que o Sr. Guimarães, por sua vez irá chamar.
Entonces entraron, y en la sala de espera se encontraban tres señoras sentadas sobre el sofá. En otro sofá estaba un señor enjuto, de ojos ojerosos, y rosto cadavérico, tenía recostado la cabeza en el regazo de una mujer, que parecía ser su esposa. Ella tenía la mirada perdida, los ojos rojos, parecía haber llorado mucho, por el hombre que estaba a su lado, a quien acicalaba los escasos pelos que le quedaban en la cabeza.

!Que pase la pareja peruana!- se escuchó llamar a una voz ronca, desde el fondo de un pasadizo claroscuro, en cuyos bordes se veían velas encendidas y de todos los colores, colgados en pequeños vasos de cristal, y en las paredes estaban pegadas las imágenes de diversos santos. Solo la imagen del Divino Niño Jesús, estaba pintada en la pared y sobresalía respecto de los demás; sus bordes estaban cubiertos con una delgada tela color roja que asemejaba la forma de un corazón en cuyo centro estaba el niño.

Este será el último viaje que realizo, mi vida, estate tranquila que no pasará nada. A mi regreso nos iremos a la capital e iniciaremos una nueva vida, junto contigo y Miguelito. Ya me he ahorrado suficiente dinero para que no nos falte nada en Lima. Con este viaje me jubilo del trabajo, y gozaremos juntos de unas largas vacaciones. Asi es cariño, no tengas miedo de nada, que todo saldrá bien. Y no creas en tus presuntos malos sueños, ni atraigas la mala suerte. Que emos planeado muy bien todo el periplo que vamos a realizar, este negocio saldrá redondo, y no habrán tombos que nos aguen la fiesta, ni el viaje, ni el trabajo. Usaremos como siempre un peque peque, para transportar la mercaderia, aunque nos tomará varias semanas para llegar hasta la frontera, para eso contamos con la ayuda de un muchacho, que conoce la ruta como la palma de su mano, sobre todo el tramo de la zona, donde siempre joden los malditos tombos. Fíjate que ese muchacho es todavia un menor de edad y se sabe toda la vaina de la A a la Z. Es como si fuera mi hijo, a veces pienso que sabe mucho para su edad, y sobre todo se ha aprendido rápido nuestro plan. Le decía Marcelo, a su esposa que estaba afligida - por el sueño que había tenido y que se repetedía cada noche, como si fuera un disco desde hacía una semana – mientras la abrazaba en la cama donde estaban echados, mientras Miguelito jugada con su caballito de madera en la sala de su rústica vivienda, en la calles Los Próceres cuadra diez de la ciudad de Pucallpa.
- Pero Marcelo, usted siempre me ha dicho lo mismo, desde hace cinco años, que éste es tu último viaje. Pero nunca has cumplido tu palabra. Maldigo la hora en que conociste a ese Andrés, él te ha metido en este negocio, que ojalá no te lleve a la muerte, como ha sucedido con el vecino, Alberto. Como usted mismo sabe cómo ha terminado el pobre, todo agujereado el cuerpo y en la puerta de su propia casa y hasta ahora no se ha identificado a los autores. Eso no quiero que pase contigo Marcelo, y Miguelito se quede sin padre. Seguía afligida Carmen. Entonces a Marcelo se le vino a la memoria aquella mañana de un cinco de julio, cuando aún echado en su cama escuchó el disparo de una matralleta a escasos metros de su casa. Y tuvo que salir corriendo, para ver qué había pasado y se dio con la ingrata sorpresa que su vecino Alberto García estaba tirado en vereda de su casa, en medio de un charco de sangre, vio entonces que dos sujetos cubiertos el rostro con pasamontás doblaban la esquina de la calle en una motocicleta, en que iba atrás tenía en sus manos la metralleta. Salió la esposa del occiso aún con su pijama y se desmayó cayéndose sobre el cadáver de su esposo. Sus hijos entraron en pánico, los vecinos salieron aterrorizados a ver la escena, y nunca entendieron la razón del asesinato. Sólo él supo la verdad tres años después, en un viaje que hizo hacia la frontera. No quería tener un final tan desastroza y fatal como esa. Entonces tomó la determinación que su trabajo tendría que terminar.
- Camensita, esta vez cumpliré la promesa que tantas veces te hice. Se paró delante de ella en forma militar. Y en forma solemne, le dijo. “Te prometo que éste será mi último viaje”.

Señora María, señor Gerardo, tomen asiento, les dijo con amabilidad Paulo Guimaraes - en un fluido español-. Les he estado espererando. María no se sorprendió que aquel anciano supiera su nombre sin que ella se lo dijera, sabia que los espiritistas brasileros tenían fama de ser muy buenos en las artes de la brujería, la magia negra y blanca. Suponía entonces que él ya sabia la razón por que estaban allí.
- ¿Cómo está Julián, doña María? – Le preguntó el anciano.
- Pues está queriendo adelantar su salida, señor. Contestó, ella acariciándose la panza con la mano derecha.
- Será un lindo bebé, María. No lo vas a perder ahora, asi que por ahí debes estar tranquila. Pero veamos cómo se encuentra y qué le espera. Paulo se acercó a ella fumando un cigarro y comenzó a tocarle la barriga soplándole con el humo del cigarro. Ella sintió que el bebé se movió dentro de su vientre. Nacerá fuerte y sano, pero veo que en pocos años lo vas a perder y sufrirás mucho por su pérdida. Él tambien sufrirá por dejarte tan joven. ¡¡Ayy!! De ti mujer, este niño es un terrible no se irá solo. ¿Qué quieres decir señor Guimaraes? Preguntó angustiada Doña María. Pues Julián no se irá solo se llevará consigo a su hermano mayor, Alexander. Perderás a tus dos hijos, ellos se moriran por darte todo. Es el precio que tendrás que pagar. Pero señor, qué puedo hacer para no perderlos, suplicó ella, no hay nada que puedas hacer mujer, solo ámalos mientras estén a tu lado. Asi, ellos estarán en paz cuando se hayan ido. Mientras sentado en un silla cerca de ellos Don Gerardo, no podía dar crédito a lo que escuchaba decir al anciano. Era un hombre, de unos setenta años edad, de tez blanca, delgado, ojos rojos, pelo canoso, de mirada penetrante, una voz aguda, vestido de pantalón y camisa manga larga negra, parecía como si estuviese de luto. Pero no, su trabajo y el compromiso con la magia negra, hacía que se vistiese así.

- Buenos días señorita.
- Buenos días Mayor Rosales. Contestó la secretaria.
- ¿Puedo hablar con la Doctora?
- Un momentito, voy llamarla si le puede atender.
- Doctora, García, el Mayor Rosales de la Policía Antidrogas, deseas hablar con usted. Le exhorto por el anexo del teléfono, Lucy, la secreteria de la Fiscalía Especializada en Tráfico Ilícito de Drogas, de toda la Región Loreto.
- Que pase por favor. Contestó la Fiscal.
- Pase Mayor, la doctora lo espera en su despacho. Le dijo Lucy, al grueso agente policial, experto en desbaratar bandas de narcotraficantes. Traía entre manos un file lleno de documentos, en cuya tapa tenía el matasello de “CONFIDENCIAL”. Gracias señorita – contestó- el policía, tóco la puerta del despacho fiscal, y entró.
- Buenos, días Doctara. ¿Se puede?, preguntó una vez que estuvo dentro del despacho.
- Si ya está usted adentro mayor, para qué lo pregunta – bromeó la Fiscal. Sientate, le dijo, estrechándole la mano.
- Muchas, gracias Doctora.
- Dime Mayor ¿qué trabajo tenemos para hacer?, preguntó, fijando la mirada en el file que el agente, puso sobre la mesa.
- Es un Operativo, por el Río Marañon Doctora. Contestó.
- Muy bien, pásame los documetos, quiero ver de qué se trata.
La fiscal comenzó a mirar el contenido del primer documento, que decía: “Señorita Fiscal. Por acciones de inteligencia, personal policial de esta Dependencia Policial Antidrogas de Loreto, conjuntamente con la policía de Pucallpa, ha tenido acceso y conocimiento de información reservada, que desde hace aproximadamente seis meses, se ha estado transportando Pasta Básica de Cocaina y Clorhidrato de Cocaína, hacia el trapecio amazónico, en la frontera de Perú, Colombia y Brasil, para su respectiva comercialización. Empleando como medio de transporte pequeñas embarcaciones (canoas y peque peques) por la ruta del Río Marañon y Ucayali ...

Sentado allí en el sofá, pasmado por lo que había escuchado decir al brujo, empezó a volar su mente, hacia los recuerdos de su juventud, se preguntaba si era el precio que tenía que pagar por todo lo que había hecho en su juventud. Sobre todo, aquel viaje que hizo hacia Leticia, a los veinte años nunca se borró de su memoria. A su regreso a “Prosperidad” prometió no volver a beber alcohol. Cada vez que lo hacía, las imágenes del crimen cometido, volvían a su mente y lo martirizaban hasta la locura, entonces la mejor solución para el olvido era el suicidio. Todo había ocurrido en el bar “La Copacabana” cerca a la plaza “La Salle” de la ciudad de Leticia. Fue un viernes trece de junio, se decía para sí, cada vez que recordaba. El reloj colgado en una de las paredes de la habitación 715, donde estaba hospedado marcaba las nueve y cuarto de la noche. Cuando tocaron la puerta. Y él salio a abrir, era Casimiro.
- Hola, Gerardo ¿Cómo estás?- Preguntó.
- Hola, Casimiro. Pues aquí, estoy un poco aburrido, no hay nada que hacer esta noche. Contestó, estirando las manos, para desperezarse.
- Y tú, ¿Qué piensas hacer esta noche?
- Fíjate, que yo también me encontraba igual en casa, por eso vine a buscarte. Para ir a tomar una cuantas cervezas en “La Copacabana”. Pero primero vamos a buscar a Juan, para que también nos acompañe. Propuso Casimiro.
- Muy bien, dame unos minutos, me doy un baño al polaco y salimos. Contestó apresurado, empezando a desnudarse delante de él.
- Ahh… por cierto, no te olvides de llevar tu fierro. Nunca está demás, ir bien acompañado, para cuidarse de los marcas. Que siempre están detrás de uno, oliéndole el trasero.
- Si claro, no te preocupes de eso, nunca dejo mi fierro. A donde voy siempre me acompaña.

Terminó de bañarse, se cambió y salieron en busca de Juan.

La Copacabana, estaba casi vacío cuando los tres llegaron, se sentaron en una mesa. Casimiro, llamó a la chica que atendía, y pidió una cerveza. Ya iban por una caja de cerveza, cuando un grupo de tres señores entraron y se sentaron en una mesa cercana a la de ellos. Uno de ellos, le miró fijamente a Gerardo. ¿Qué pasa compare, te gusto? – Le preguntó, molesto. Tranquilo parce, contestó el hombre. Fue el primer intercambio, de palabras, de las tantas que habría aquella noche. La gente seguía llegando al bar, y pronto, todas las mesas quedaron ocupadas, y las luces de neón se prendieron. Comenzó el baile. Ninguna chica quiso bailar con ellos, porque ya estaban borrachos, entonces decidieron salir de la mesa, hacer una rueda y bailar entre ellos. La próxima semana me regreso a Progreso, balbuceó Gerardo al oído a Casimiro.
- ¿Cómo? ¿Qué dijiste? No te escuché, bien. Preguntó.
- Que, la próxima semana, me regreso al pueblo. Le repitió levantando la voz, para que lo escuchara bien; el alto volumen de la música no permitía escuchar las conversaciones.
- Esta bien, entonces esta noche debemos celebrar bien tu despedida. Y siguieron bebiendo y bailando. Hasta que todo cambió para ellos… solo se escuchó, el griterío y la desesperación de la gente.

Se oyó tres disparos. ¡Esto es para que aprendas a respetar!

En el ocaso de la tarde, cuando el sol se ocultaba detrás de las copas de los árboles. Gerardo se encontraba parado en la proa de la motonave observando el atardecer, surcando las aguas del Amazonas, con destino a “Prosperidad” el viento golpeaba su rostro, tenía la mirada fija en el horizonte, quería borrar todas las imágenes de la noche anterior. Había que empezar de nuevo, o morir en el intento.
Era sábado y bebió trago, hasta el amanecer. Las imágenes fatídicas volvieron a su memoria. Entonces decidió acabar con ellas y consigo mismo. Se dirigió al puente de madera, que cruza el río, caminaba lentamente, las lágrimas le brotaban por la mejilla, iba como un alma en pena en busca de paz. Llegó al puente de unos treinta metros de largo. Miró para atrás, para cerciorarse si alguien venía siguiéndolo y luego volteó la mirada para adelante. No había nadie. El pueblo, ya quedaba detrás suyo a medio kilómetro. Se paró justo en la mitad del puente, se persignó, se abrió la camisa y sacó de la cintura el fierro que siempre lo acompañó, se apuntó a la frente luego a la nuca. No se atrevió a tirar del gatillo. Auscultó despacio la pistola, la levantó hacia el sol, que iluminaba la mañana y la tiró al río. Se decidía a tirarse también al río detrás de su fierro. Cuando escuchó.
- Gerardo, ¿Qué haces?
Allí, en la punta del puente estaba parada, Maria la joven más hermosa del pueblo, mirándole.
Pero ahora, ella hablaba con el anciano brujo, diciéndole que perdería a sus dos hijos, el que estaba por nacer y el de casa.

Texto agregado el 30-03-2011, y leído por 97 visitantes. (0 votos)


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