Amor de madre
Pocas son las madres del reino animal que abandonan a su cría. Al contrario aún si esta muere, no se apartan por varios días, y la cargan consigo en su diario andar…
Juca, una pequeña cervatilla, llamaba con desesperación a su madre. Estaba sola, tenía hambre, y oculta entre los arbustos. Su madre se había ausentado para pastar y beber en el cercano río. El peligro acechaba, esta era la tierra de los grandes felinos. No lejos de allí merodeaba una guepardo, que también buscaba una presa para alimentar a sus crías. Sin embargo durante su ausencia el macho, padre de los cachorros, aprovecho la oportunidad y mato a todos.
En las planicies africanas no hay reglas prohibitivas para los machos. Éstos son vagos, aprovechadores, dependen de las hembras en lo que a cacería se refiere, y siempre imponen su voluntad. Engendran crías y luego las matan para poder procrear de nuevo.
Al volver la guepardo a su nido, los cachorros estaban sin vida, desgarrados, demostrándose la brutalidad del padre guepardo.
Éste al satisfacer su cometido huyo. Pero no conforme con un crimen cometió otro. Acecho y mato a la cierva, acto fuera de su costumbre, ya que no cazaba nunca, pero e dio un gran festín. Luego se perdió en la inmensidad de la sabana…
Juca esperaba ansiosamente a su madre que no regresaba. La noche caía y la selva se lleno de extraños rugidos y gritos, hasta que por fin se durmió.
Mientras tanto la guepardo Giba, lamía desolada a sus cachorros muertos.
Un nuevo amanecer inundo con multicolores la pradera. Juca, hambrienta, no consiguió a pararse. Si no se alimentaba pronto, moriría.
En el otro escondite, Giba lamía con desesperación sus pezones, que hinchados de leche, le producían un fuerte dolor. Un extraño instinto la empujo en busca de una solución. Debía hallar alguna cría que pudiera succionar su leche y librarla de su tan desesperante malestar. Pero no había otros guepardos alrededor.
En su búsqueda se encontró con Juca. Dos especies diferentes, una depredadora, la otra herbívora. Pero el inexplicable destino las unió sin diferenciar su género. Una perdió a su madre y la otra a su cría, y ambas se necesitaban. En la guepardo afloro el instinto maternal. ¿Tal vez por necesidad, tal vez por curiosidad?, o tal vez por mitigar su dolor de madre.
Estaban frente a frente, eternos enemigos, unidos por el destino. A Juca que aún no conocía el peligro, el hambre la impulso hacia los pezones de Giba. Ésta sorprendida no atino a moverse, tal vez intuía una solución. Juca mamó y mamó, y al vaciarse uno, busco otro, hasta quedar dormida. La guepardo Giba, aliviada de su dolor, disfrutaba inmensamente de tan despareja amistad, que perduro en el tiempo y despertó extraños rumores y leyendas…
Cierto día un guardabosque observo con asombro este maravilloso cuadro: Juca ya crecida, corriendo con Giba, sin que esta la ataque, compitiendo por la pradera con el viento.
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