El semental
Los que trabajábamos en el establo de la estancia estábamos
pendientes de su llegada.
Bajó con paso majestuoso por la rampa del camión .Antonio y
yo fuimos a recibirlo y al verlo avanzar con ese aire imponente,
deteniéndose cada dos pasos para echar un sonoro resoplido por las
anchas narices, solté un silbido de admiración y Antonio
dijo: Es un semental de raza.
El toro llegaba para hacer su trabajo de toro. Las vaquitas, que estaban en
pleno período de celo, se paseaban tristonas por los campos, pero
cuando él llegó, debe haberse corrido el mugido del arribo
del macho, porque se volvieron coquetas y vivarachas. Las miradas bovinas
reflejaban sentimientos casi humanos, sin intención de ofender a
nadie.
Dejamos que el toro eligiera cómodamente a sus compañeras
siguiendo su propio talante, que también los animales tienen libre
albedrío. Ese día no pasó nada. En los cuatro
días sucesivos, en cambio… nada de nada. Pensamos que estaría
cansado del viaje y seguimos esperando con paciencia. Las vaquitas
también esperaban. En las expresiones esperanzadas se iba insinuando
una mueca de desencanto.
La indiferencia del toro era poco menos que insultante. No les daba ni la
hora. El tiempo que hubiera tenido que dedicar al cumplimiento de su deber,
lo dedicaba a pasear por el prado y a matar moscas con el rabo. A medida
que pasaban los días “sin novedad en el frente”, lo empezamos a
llamar “el marica”.
Las vacas se nos estaban poniendo histéricas porque en realidad, la
actitud del toro era sumamente ofensiva.
Ya estábamos pensando que tendríamos que encargar otro
semental cuando Antonio dijo que quería probar con Don Zoilo.
Don Zoilo era un medio medico, medio mago que había en el pueblo. Lo
llamamos. Vino un viejo vestido con unos harapos. El hombre era parco de
palabras. Nos pidió dos taros llenos de choclos. Nos pareció
un poco raro pero cumplimos con su pedido y lo vimos refregar uno a uno los
choclos sobre el pezcuezo del animal. .
El toro se dejaba masajear como un gato a quien le hacen cosquillas.
A un cierto momento, unas horas más tarde, Antonio entró al
establo gritando: ¡Se las monta, se las monta! Dejé todo y
fuí a ver. Era verdad, el toro se montaba a las vaquitas y
¡con qué brío!.Las desdeñadas se habían
puesto en fila, como en lo del médico. ¡Qué marica, ni
qué marica, ese era un macho de ley!
Lo más interesante de la historia fue ver cómo los campesinos
maduros , unos días más tarde, llevaban un pañuelito
coquetón sobre los cuellos enrojecidos y el olor a sopa de choclos
se desparramó por toda la estancia.
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