El título de esta serie de relatos, tiene su origen en una historia contada por un maestro de escuela primaria, don Julio Cisneros, jujeño el, allá por los años 60 o 61, en la patagonia argentina.
Relataba este docente que sus primeros años practicando la enseñanza, los había desarrollado en una pequeña localidad de su provincia y que, empujado por los ímpetus que la escuela normal había incorporado a su formación, volcaba todo su empeño en corregir los localismos y modismos de sus pequeños alumnos tratando de que “castellanizaran” su hablar cotidiano.-
Tarea por demás difícil esta, imagino, sobre todo en un país muy marcado por los regionalismos y los localismos en el hablar diario, los cuales se extreman en una región como la de la Puna.-
Factor que no es exclusivo de ella, pues cada una de nuestras regiones tiene sus propios “hablares”, los que, en una rara simbiosis que nos hace homogéneos, todos entendemos en su significado y significancia: así uno puede escuchar referirse a un niño como chango (provincias del Noroeste), gurí (mesopotamia), pibe, purrete, pebete (términos mas bien porteños) y otros mas que no viene al caso relatar.
La cuestión es que, en esta localidad donde Don Linares hacía sus primeras armas como educador, era muy de costumbre emplear un aumentativo para designar casi todas las cuestiones, una empanada era una “empanadota”, una pelea una “peleota”, una tarea una “tareota” y todo así por el estilo.
Una y mil veces el recién entrenado y estrenado maestro exigía a sus alumnos que no emplearan el aumentativo, pero sus esfuerzo resultaban en vano, hasta que un día, con el fin de incentivarlos, invitó a sus alumnos a que cada uno de ellos hiciera, verbalmente, un relato de algún acontecimiento que los hubiera sorprendido o llamado la atención, pero poniendo especial cuidado de no emplear el aumentativo “ota” que tanto quería borrar del vocabulario de sus párvulos.-
Palabras mas palabras menos, la cuestión es que, como corolario de su arenga educativa les dijo: - “A ver, quien es el primero en contar su anécdota”
Aunque todos los niños sonrieron más o menos ladinamente, solo unos pocos levantaron la mano, de entre los cuales el maestro Linares eligió a uno para que comenzara la ronda.-
- “Yo maestro le voy a contar mi anedo” dijo el seleccionado.
- “Que me vas a contar? - Interrogo el educador
- “una anedo que me ocurrió a mi mismo” – sin titubear respondió el muchacho
Perplejo, sin comprender que era lo que le quería decir el expositor seleccionado, y como buen docente, requirió que se le explicara que significaba “anedo”
- “Lo que Ud. dijo, maestro, una historia que me pasó a mi viniendo a la escuela”
- AH!! - Dijo don Julio, comprendiendo al fin lo que el niño quería decir, - “nos vas a contar algo que te paso, una anécdota?”
- No, no es algo tan grande, es solo una anedo” fue la respuesta final que obtuvo.
Obediente y deseoso de complacer a su docente, el alumno había omitido el aumentativo “ota”, tal como reiteradas veces se lo habían pedido en clase.
Esta historia, real o no, quedó en mi cabeza desde mis años de escuela primaria y cuando se da la ocasión en que debo referirme a algún acontecimiento de este tipo, siempre comienzo diciendo que voy a contar una “anedo” y, por supuesto, relato lo escuchado de quien también fuera mi docente.
Por mi profesión o trabajo, como quiera que uno desee entenderlo, he ido recopilando a lo largo de cuarenta años unas cuantas historias que en estos días se me ha ocurrido publicarlas bajo el titulo genérico “Anedos”, titulo que, creo, merecía esta explicación.
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