Doña Esperanza era el personaje aquel que tenía como destino, atender una de las pocas taquerías en el pueblo. Y a la que obligadamente, uno conocía en sus encantos --el buen trato con los clientes-- y los desencantos, -sus arrebatos, cuando sentía alguna ofensa a su persona--.
Mujer pequeña y regordeta. El cuello extremadamente corto. Se veía pues con la cabeza literalmente pegada al grueso tórax. Doña Esperanza, o Doña Esperancita para los de confianza, era mucho más conocida a sus espaldas con el apodo de La Pochitoca. En referencia a esa especie de tortuga pequeña, muy común al norte de Chiapas o en los bajos pantanos de Tabasco. Apelativo absolutamente prohibido de mencionarse delante de ella. So pena de recibir de la buena señora, una retahíla de improperios no aptos de ser mencionados en este relato.
Por otro lado, había también en el colectivo, una frase ligada al personaje y que iba y venía en el lenguaje del día a día:
-¡Jamás!, dijo la Pochitoca!, -
Era la frase empleada para rematar preguntas, en las que uno quería afirmar la negativa en la posibilidad.
Así, ante cuestiones como estas: ¿Tú crees que pierda esta vez, nuestro boxeador chiapaneco?, o ¿Tú crees que pierda México en futbol, ante los estados Unidos? (hablamos de los años setentas). La respuesta inmediata era:
-¡Jamás!, dijo la Pochitoca.
Don Francisco Díaz era en aquellos tiempos, y como lo siguió siendo por el resto de su vida, un hombre cordial y respetuoso. Servicial y atento, cuyo trabajo en el pueblo, consistía en levantar distintos pedidos de mercancías. Viajar por la mañana a Villahermosa, por tren, y volver caída ya la noche, con los encargos totalmente surtidos.
Sucedió pues que un buen día, y agobiado por que se le hacía tarde para partir del pueblo, don Francisco pasó lleno de prisa frente a la casa de Doña Esperanza, esta al verlo, asomándose por la puerta gritó:
--Panchito, que no se te olviden mis encargos—
El buen hombre casi sin voltear a ver y voz en cuello, respondió a botepronto:
-Jamás, dijo la…,
Interrumpió la frase. Detuvo su marcha, parándose en seco, y apenado esperó el diluvio de insultos que se le venía encima.
Doña Esperanza con una sonrisa agregó:
-no te hagas pendejo panchito que ya sé que yo lo dije--.
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