Me invitó a tomar una taza de café, accedí de inmediato, ella era realmente hermosa. No dio muchos rodeos, se lanzó con su propuesta. Los minutos previos, aquellos que gastamos desde el coche al elegante café, me fueron eternos. Si, muy largos para pensar, imaginar, creer lo que sería de aquella improvisada cita con la dama mas bella y arrogante que hasta ese momento había conocido. Se me hacía poco creíble aquel momento. Acaso un sueño trasnochado, en una tarde inexistente de invierno. Pero estábamos allí, ella lanzaba sus intenciones en palabras y mis endorfinas en su punto más alto se desvanecían, solo quería proponerme un acto indecoroso pero a nivel financiero. Las tetas, el pompis parado, y la horizontalidad, no tenían nada que ver. Fue el café más insípido de mi vida, por no decir el más trágico. Ya veo que la cárcel se ha hecho para los más pendejos, y aquí, ni siquiera dan café. |