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Sutil conectividad
A los dieciséis años ya me había prodigado uno de los regalos mas ansiados. Viajar a Francia y en Paris poder escuchar las conversaciones de Emile Cioran, Mircea Eliade y Eugene Ionesco.
Esta claro que para costearme los gastos tuve que hacer un par de trabajitos marginales. Todavía estoy esperando que prescriban dichos ilícitos. Los incompetentes judiciales, haciendo gala de su elevada perspicacia, unificaron las causas en concurso real, pues encontraron un indicio común en ambos escenarios. La sutil conectividad o prueba material consistía en la palabra "My god" escrita con materia fecal usando el dedo como elemento escritor. (Todavía no encontré el psicólogo que me explique porqué me dan ganas de defecar cuando estoy desvalijando una casa).
En la confiteria del "Comfort hòtel Place du Tertrè" en el corazón del Montmartre y a tres cuadras del Moulin Rouge, me sentaba los miércoles y sábados a partir de las dieciocho horas, a escuchar la tertulia de estos rumanos díscolos.
Emil cuando estaba eufórico lanzaba misiles ácidos que estoicamente eran neutralizados por el escudo erudítico de Mircea. Eugene eclecticamente convergía hacia alguno de los dos y tomaba las riendas cuando aquellos tácitamente acordaban alguna tregua. Cuando la conversación transcurría sobre rieles amistosos parecían unos francesitos amanerados, pero cuando discutían, les saltaba el rumano pendenciero capaz de decapitar al adversario sin el menor signo de arrepentimiento.
En esa confitería conocí a Dominique, una jamaiquina frágil y elegante que estudiaba un master en sociología. Nunca simpatizó con los rumanos locos. No le gustaba como maltrataban al divino creador. Una vez le dije que para entenderlos podía leer "El aciago Demiurgo" o "Breviario de podredumbre" pero lamentablemente nunca me hizo caso.
Ella estaba preñada de solidaridad y humanismo. Sus lecturas favoritas eran "De civittate Dei" y "De libero arbitrio" (ambos de San Agustín) y la "Summa Theologiae" del santo Tomas de Aquino. Como buscaba una contraprestación accedí gustosamente a leerlos. Por suerte, sin el vestuario de socióloga y tan solo con el traje de Eva, en el kamasutra desplegaba una irreverencia digna de las paganas diosas del olimpo.
Mas de una vez contuve mis irascibles deseos de espetarle mi opinión sobre sus bienamadas obras literarias, pero me sofrenaba porque siempre pensaba en la próxima vez. Sus santos-escribas laceraban mis entrañas cada vez que los mencionaba.
Un día el dinero se terminó. Ese momento llegó justo cuando Mircea se fue a Estado Unidos para trabajar un semestre en la Universidad, Eugene regresó a Bucarest para atender a su moribunda madre y Emile entró en una de sus típicas y recurrentes depresiones.
Aprovechando un enfado de Dominique, compré un pasaje barato en un avion de segunda y regresé a las lontananzas patagónicas.
A veces me acuerdo de Paris. Nostalgias de un bello momento que no volverá. Mircea Eliade murió en el 86, Eugene Ionesco en el 94 y Emile Cioran en el 95.
Esta patagonia mítica, enigmática y misteriosa algún día parirá un escorzo de rumanos locos.
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Texto agregado el 26-03-2011, y leído por 199
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