Descerebrada sale con amigas. Toman un café al caer la tarde en un local con terraza, para congraciar el que algunas fumen y otras no. Todas llegan a tiempo salvo la amiga tres que llega unos minutos tarde y hablando por celular. Hacen los saludos de rigor y se miran de arriba abajo y de abajo arriba para constatar posibles cambios.
Amiga uno se queja de su hijo. El bebé no duerme, tiene cólicos. Ella ya no puede más, su marido no la ayuda lo suficiente. Mientras cuenta su drama se atiborra de masitas con crema. Todas le dicen que el bebé es tan tierno, que la envidian, que tiene una familia hermosa. Descerebrada piensa en el bebé y trata de empatizar con la dulzura maternal imperante. Le sale una sonrisa torcida, pero empeñosa.
Cambian el foco de atención a Amiga dos que se queja por el stress laboral, su jefa es una estúpida, sus subordinados no cumplen, nadie tiene iniciativa en esa empresa salvo ella. Amiga tres le da la razón con énfasis. Analizando la situación pasan una media hora. Amiga uno da cuenta de las masitas mientras las otras charlan. Amiga cuatro intefiere poniéndose a llorar desconsoladamente. Amiga dos enciende un cigarrillo y pone cara de impaciencia. La siguiente media hora se dedica a la infidelidad marital que descubrió Amiga cuatro y la trae por el piso. Tal vez cansada de aquello, Amiga dos repara en Descerebrada y le pregunta que qué tal ella.
Descerebrada se concentra y, con pánico, descubre que no tiene ninguna problemática a compartir. Tímidamente se decide por esbozar un: "bien", pero no alcanza a tirarlo al ruedo. Amiga tres recibe otra llamada de celular, dice algo como que va para allá, se para abruptamente, besuquea a todas y en un dos por tres la ven alejarse haciendo chao con un gesto de mano algo efusivo.
Todas se miran. Amiga tres está sin trabajo y se ha ido otra vez sin pagar.
Piden la cuenta la reparten entre las presentes y dan por concluída la salida.
Descerebrada paga y se marcha con un ligero alivio en la entrada del estómago.