La otra historia
La memoria es inasible y caprichosa.
No tiene reglas. Es una vértebra mas de un complejo que nos fue impuesto y sobre el que tenemos pobre ingerencia.
“Siede veras que se ha muerto Garibaldi, pum Garibaldi, Pum Garibaldi”
Así cantaba mi abuelo. No le conozco otra canción infantil. En realidad no le conozco otras canciones. Él tomaba en su abrazo cariñoso a sus nietos, los sacudía al compás del Pum Pum de Garibaldi, y se evadía en el Piamonte lejano.
Las mañanas de domingo olían diferente en su casa. Se mezclaba al perfume de las camelias, del pasto recién cortado, de la leche hervida, con el ruido de la jornada desperezándose. Es que en ese día todo pasaba mas despacio.
Mi abuela, con su delantal a cuadros, sus anteojos remendados y las manos siempre ocupadas, lo sermoneaba: -Callate Donato- temiendo que aún ayer muy lejos de la Italia del viejo continente alguien pudiera oírlo, y quien sabe qué.
Donato seguía, indómito como lo recuerdo: -“Garibaldi era una fiera, no respetaba a la gente...”-, y seguramente pensaba en la tierra de sus padres y sus vicisitudes, en la guerra y el hambre, en un barco hacia América, en la soledad y el trabajo.
“...era un perro prepotente...” continuaba, y en nuestra mente infantil dibujábamos un perro llamado Garibaldi, malo y cimarrón, mientras él cabalgaba conquistando Roma o desbaratándole a los Borbones sus proyectos, gestados 100 años antes de que naciera.
“...que mordía hasta el patrón” sentenciaba y daba por terminada la canción, mientras nos hacía rodar por el suelo.
Hoy recuerdo esa letra, cuando miles de otras canciones se borraron por completo de la historia por una arbitrariedad del olvido que se apodera indiscriminadamente de los acontecimientos de mi vida y los borra sin condescendencia.
No fue un domingo, tampoco fue una mañana, sino la tarde fría de un 16 de julio, día de la Virgen del Carmen. Mi mamá trajo la fatídica noticia: Se descompuso el abuelo.
“Sie veras que se ha muerto Garibaldi”, sonó en mi cabeza.
En realidad ya había muerto, pero por esas cosas incomprensibles los grandes tienden a dilatar lo trágico para hacerlo menos doloroso, ¡Como si se pudiera!, y me enteré mucho después que había partido, sin que pudiera remediar lo irremediable.
“pum Garibaldi, pum Garibaldi...”
También para él había llegado la hora. Él que se había forjado el presente a fuerza de trabajo y sacrificio, que había llegado a superar el sueño de sus padres cuando en la tierra que los albergó y les brindó tanto llegó a ser intendente, se iba acompañado de la caravana mas larga que he visto de autos y flores.
“Garibaldi era una fiera...” nos decía en aquel momento, y nos hablaba de la tierra de sus afectos y de la nuestra, de su vivencia de niño, hijo de inmigrantes y de nuestra infancia signada por el gobierno militar y los desbordes que ahora todos conocemos. De la arbitrariedad del nacionalismo y de la inmoralidad de los que ejercían el poder.
“...era un perro prepotente...” enfatizaba, vaticinando que la historia es circular, que todo vuelve, y que el único remedio es la memoria.
Se fue pronosticando una crisis “peor que la del treinta”, un futuro incierto. Se fue contando la otra historia, la que no veían mis padres, pero que no se escapaba a su mirada sagaz, (porque él supo de la mentira de Malvinas antes que nadie, porque él se indignaba contra los diarios y apagaba la radio cuando se escuchaba: “comunicado N° x del Estado Mayor Conjunto”) Él se rebeló una vez contra Garibaldi y así se rebelaba contra quienes no oían ni respetaban los derechos.
Hoy espero cantarle a mis hijos “Sie deveras que se ha muerto Garibaldi, pum Garibaldi, Pum Garibaldi” desoyendo la historia oficial, como él hacía.
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