Estoy ya con la Tarde.
Me dice que alberga una Primavera.
Está mínima, apenas si pía,
pero se ve con buen tórax y seguramente capaz para multiplicar los cantos de vida.
Me comenta, -la Tarde- que las plumas están aferradas con raices de sol y dispuestas para cruzar remolinos de viento y agua.
Cada minuto que pasa desembaraza sus alas y afina la voz.
Es una mezcla extraña de soprano y barítono y liras de ángel.
No es de extrañar que en breve cruce de árbol en árbol dejando en cada rama inefables cantos que seducen a la caracola más exígente.
La Tarde es una gallina culeca, pelona del cuello,
que cuida con celo sus aves. Aves
que dejarán entre las enramadas, una voz tan sinfónica como aquellas viejas rokolas que percutían en los viejos cafés.
La primavera es una promesa que cumplirá con creces para que las flores despierten los colores y los humanos mediten que Dios aún nos quiere.