Nadie ha pedido nacer, es un hecho biológico. Algo que se da. Mas ¿La muerte? ¿Cómo debe considerarse?
Habrá muchas opiniones según la edad de las personas, su situación, enfermedades, etc. En esta ocasión me referiré solo a una situación, el anciano mayor (arriba de los 75 años), culto y que desde su juventud es ateo por una íntima convicción que es derecho de cada ser humano; que cree que su vida ha transcurrido, en el sufrimiento o en el gozo de lo que la vida trae en su caudal de sorpresas, y que ve delante sólo la cruel vejez, con su cauda de deterioro, enfermedades y consecuentemente la pérdida de valerse por si mismo cada vez mayor, que originará que sea con el tiempo recluido en un asilo si bien le va, cuando ve ante sí, lo más terrible que es la “soledad”, incluso rodeado de familiares que la mayoría de las veces son indiferentes o que acaso lo toleran sólo porque cobra una pensión que ellos administran “en su bien”.
Encontré un artículo escrito por un español que plantea este problema y que los invito a leerlo:
El horror a la nada (1)
Camilo José Cela Conde
Madrid.- Decía el filósofo Albert Camus que la única cuestión sería que existe es la del suicidio. Lo sostuvo pensando en las miserias de los humanos y en como éstos, los primates que cuentan con códigos éticos, pueden optar por la desaparición de una salida mejor. Por más que los sociobiólogos, con Edward Wilson al frente, pusieran el grito en el cielo, lo cierto es que Camus tenía razón. Pocas cosas hay más inquietantes en términos filosóficos y hasta cotidianos como los límites en que cabe situar el derecho a la propia vida y, por tanto, el de terminar con ella.
Los ciudadanos de Wurzburgo, Alemania, acaban de asistir a un drama más de los relacionados con la asistencia que recibe quien quiere suicidarse. Se trata en esta ocasión de una mujer culta e informada, sin dolor alguno ni penurias económicas, sana dentro de lo que cabe a sus 79 años, quien, queriendo morir, acudió a una organización de las que facilitan hacerlo. Pero el problema consistía en que los supuestos habituales para hacer la vista gorda –en Baviera, Estado al que pertenece la localidad, es un delito la asistencia al suicidio- exigen que quien quiere terminar con su vida tenga dolores insoportables, relacionados a ser posible con una enfermedad terminal. El caso de la Sra. Schardt, la que demandaba auxilio para su suicido, era otro. Alego tener miedo, sin más.
El miedo fue la clave de la filosofía existencialista a la que tan cercano estuvo el pensamiento de Camus. El horror al vacío, a la nada tras la muerte. Si la nada significa el paraíso de los budistas, constituye en realidad el pecado peor para los agnósticos occidentales, esos que, incapaces de creer en un más allá, entienden que cerrar los ojos para siempre equivale en cierto modo al peor de los abismos. El infierno, con sus padecimientos eternos, sería preferible a una nada absoluta que implica la desaparición total.
El miedo de la Sra. Schardt era otro: el de terminar sola en un asilo. Es una cuestión de matices el miedo a la soledad, a esa otra nada pero, en esta ocasión, consciente. Ella decidió que resultaba preferible suicidarse y las autoridades de Baviera se han indignado ante algo así: no entra en lo permitido por las leyes. De hecho, el parlamento alemán está debatiendo una norma que permita el suicidio asistido sólo por el hecho de solicitarlo. Pues bien, el partido de la canciller Merkel se ha opuesto.
¿A santo de qué? El ciudadano puede sostener ciudades y estados con sus impuestos, puede elegir hasta cierto punto mediante su voto los gobiernos pero no cuenta, para los conservadores del CDU, con el derecho a lo más íntimo de todo, a lo que no puede ser compartido ni por otra persona ni por institución alguna: a su propio yo. Curiosa paradoja sostenida, por añadidura, desde una ideología que se dice liberal.
Hasta aquí el artículo.
El problema sería para ponerlo en correcta perspectiva: ¿qué hacer con un enfermo incurable de 80 años, que vive a base de morfina pues sus dolores son insoportables?
O bien aquel anciano solo, que no cree en algo sobrenatural y que ya está cansado de vivir y no tiene ningún aliciente. ¿Es libre para decidir su destino o no?
(1) Fuente: Revista “Siempre”. Número 2876 – Año LV. México. 2008-07-27. Página 70.
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