- Cariño, ¿ me llevo el jersey blanco de algodón ?
Preguntó ella, ligeramente entusiasmada.
- Mejor. Quizás refresque por las noches. Mira a ver si cabe en tu parte de la maleta.
Contestó él, con un tono desinteresado.
Entonces ella dobló cuidadosamente el jersey y lo depositó en la parte izquierda de la maleta, que estaba abierta encima de la cama, rodeada de prendas y accesorios de viaje que indicaban que la pareja se iba de fin de semana fuera de la gran ciudad.
La maleta era espaciosa pero no muy grande. Con fina tela gris por dentro y rugosa tela azul marino por fuera. Armada de cremalleras para los apartados exteriores, un asa en su lado más ancho y otra en su lado más estrecho. También tenia ruedas y un asa lateral extraíble de plástico y metal adecuada para transportarla cómodamente girando sobre sus ruedas. Era una maleta resistente, ya con algunas rozaduras que denotaban que estaba viajada.
Y allí, tendida en la cama, mientras la llenaban de prendas, la maleta suspiró.
“Bufff, otro viajecito. De nuevo a llenarme de ropa. Y luego también meterán el frasco de colonia, que irá dándome golpes de lado a lado, y lo mismo se abre, como la otra vez, y me destiñe por dentro y me pone perdida.... Míralos a ellos, esas camisas, ese jersey tan blanco y bien cuidadito, que cómodos van. Claro ! como yo los transporto, ellos llegan sanos y salvos, mientras yo me llevo todos los golpes”.
- Bueno, todo listo. Cierra la maleta, que nos vamos. Dijo él, algo impacientado.
El jersey se estremeció cuando, tras el sonido de la cremallera cerrándose, se hizo la oscuridad total en la maleta. Estaba acostumbrado a la oscuridad del armario, que nunca era completa, pues siempre se filtraba algo de luz entre las rendijas. Pero esta oscuridad tan cerrada...
- ¿Ahora que pasa ?, se preguntaba.
La semana pasada, en el armario le había dicho aquella odiosa y altiva blusa de tonos celestes que a él ya no le quedaba mucho tiempo, que la primavera avanzaba y el verano estaba a punto de comenzar, y que ya no seria necesario para los dueños, y le relegarían al fondo del armario, o quizás... quizás al sótano oscuro y tenebroso a ser consumido por las polillas y olvidado para siempre. Porque ya era su segunda primavera y le decía la blusa que los dueños cambiaban la ropa cada tres temporadas, como mucho. Sus temblores los notó el pantalón vaquero, que con aires del que ha vivido mucho, le dijo;
- Tranquilo, estás en una maleta. Nos llevan de viaje. Este no es el fin.
- ¿Una maleta?, ¿ qué es una maleta ?, preguntó el jersey curioso.
- Una maleta es como un armario transportable, le dijo el pantalón vaquero con aire condescendiente, y le explicó;
- Se la llevan los dueños cuando salen de casa mas de un día, para llevarnos a otra parte, en donde nos visten. Esta maleta la conocí yo cuando era joven, recién comprado. La han utilizado ya un montón de veces, pues cuando yo la conocí ya tenia años, creo.
Entonces se quedó absorto el jersey pensando en como sería ser maleta, ver pasar por su interior ropas de todas las temporadas, y formar parte casi permanentemente de la vida de los dueños, sus viajes, sus traslados.
Mientras tanto, la maleta era transportada sobre las ruedas por sus dueños y finalmente acabó en el maletero del coche con un golpe seco.
El motor del coche rugió, acelerando y alcanzando después un tono sostenido y monótono, con el que cada uno se entregó a sus propios pensamientos.
- “Ojalá hubiese sido hecho jersey, para ser lavada, limpiada, cuidada, mimada y vestida como ese jersey blanco” se dijo la maleta.
- “Ojalá hubiese sido hecho maleta, para salir en los viajes guardando la ropa, dejando que los dueños me transportasen de un lugar a otro, conocer en cada viaje nuevos lugares...” se dijo el jersey.
- “Si yo fuese jersey, luciría rebosante de satisfacción los suaves y mullidos rizos de mi tela bien lavada, hablaría a todos de cómo me llevan elegantemente los dueños, bien abrigando el cuerpo de ella, o sobre los hombros, acariciado y mimado, en primera plana de la vida de ellos”, imaginaba la maleta.
- “Si yo fuera maleta, tendría oportunidad de conocer a un montón de ropa, entablar amistad con ellos, ver como llegan nuevecitos, como se van desgastando y como al final ya prescinden de ellos. Les daría ánimos y consejos...“, imaginaba el jersey.
Tras varios cientos de kilómetros de cansina autovía, el coche tomó una carretera secundaria, y tras pocos minutos un camino empedrado, para aparcar enfrente de un majestuoso edificio de piedra, con balcones de madera oscura, que asomaban a un paraje verde y frondoso, con las montañas en la lejanía.
- Pues hace un poco de fresco, dijo ella. “Que bien que me traje el jersey blanco, es uno de mis favoritos”, pensó.
Él abrió el maletero y sacó la maleta, cogiendola por un asa. “Que buena compra hicimos con esta maleta”, se dijo.” Tantos viajes y casi nueva”.
Ya en la habitación del parador, él descubrió la rosa roja envuelta en celofán, que había llevado oculta en el maletero, junto a la maleta.
- Toma, cariño, es para ti, dijo.
- Oh, que preciosa !. Gracias. contestó entre sonrisas. La pondré en agua.
- Salgamos a ver el paisaje, vamos.
Y ambos salieron, dejando la maleta recién abierta encima de la cama, con la ropa aún metida, y la rosa saciando su imperiosa sed en un vaso de agua, en la mesilla.
La rosa, esplendorosa, lucia ufana los mejores colores en sus pétalos. Sabia que su fin estaba próximo, pero se sentía feliz de haber sido portavoz e instrumento de un mensaje de amor. Tal era su naturaleza, tal era su función, de la cual se enorgullecía, con la cual disfrutaba y lo demás apenas importaba.
La maleta y el jersey miraban callados a la rosa, que la habían llevado al lado durante todo el viaje sin que se hubiesen percatado de su presencia. Y mientras la miraban, extasiados en su belleza, que más que por sus pétalos provenía de su espíritu y dignidad, su porte y su verdad, algo vieron ellos que les iluminaba, algo les resonó en sus adentros, algo sintieron que les transformaba.
Sin duda, algo en su interior estaba cambiando; algo inservible que moría mientras que algo muy valioso descubrían.
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