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Marzo 2011. Mar de dudas y no Andrea Guadalupe.


La palabra no es plática, es una fuga.
La palabra impide que hable el silencio, ensordece, gasta el pensamiento, lo maltrata.
¿Sabes?, cuando escribo, no hay barreras, puedo desmenuzar sentimientos como si no fueran míos, puedo reír y llorar a través de las palabras y amar o perdonar con todo el corazón y sin resentimientos.
No hay nada imposible a la hora de crear escribiendo, de convertir lo imposible en algo probable, de asombrarme con el recuerdo de la caricia tibia de una mano sobre mi rostro o suspirar serenamente ante el aroma levemente perfumado de una flor.
Cuando escribo no me basta con escribir, así que también borro, escribo y borro.
Sin embargo, nunca estoy contenta con el resultado final, siempre estoy pensando en si fui capaz de plasmar en lo escrito lo que realmente quería expresar.
A veces, el mundo se me viene encima cuando los pensamientos no se filtran y las palabras desaparecen de mi mente o se quedan trabadas en algún rincón complicado y no se muestran.
Para mí, escribir con la verdad es absolutamente necesario, no significa necesariamente escribir hechos reales, sino hacer verdadero lo que describo, contarlo con el corazón y con el alma por delante.
Me angustia saber, si cuando escribo lo hago bien o mal; y a pesar de ello, escribo; escribo y escribo y borro y al final, me creo un poquito escritora; vanidad pura, lo sé.
Cada cual carga con sus propios demonios.
Hago uso de la palabra, porque a través de ella puedo expresar lo que surge en mi interior, lo que sueño, lo que invento, las dudas que me surgen en el vivir día a día.
Cuando las ideas fluyen, siento que logro plasmar, aunque sea en una mínima parte, todo lo que me preocupa, me deslumbra o me hace dudar; sin embargo, es la duda la que gana siempre, la que me hace temblar y angustiarme, en, si lo que vivo, lo que pienso, lo que escribo vale la pena, o es un triste duplicado de mi vida o de lo que quiero decir.

En la intimidad, en los juegos, la palabra ha sido otra cosa, porque entonces se porta conmigo como si no le importara en absoluto mis dificultades para escribir.
Algunas veces me trata bien y entonces, con su ayuda voy haciendo textos o cuentos que según yo, tienen algún mérito; en otras ocasiones, se larga de juerga y me abandona a mi suerte, dejándome con las ideas estáticas y la página en blanco, donde según ella es como mejor se expresa, en silencio.
Eres una hipócrita, la sermoneo entonces, ¿cómo sin escribir voy a contar o a decir todas las inmensas dudas que me inquietan?
Si lo que vas a expresar son puras dudas, entonces no las escribas, primero ponlas en claro en tu cerebro, en tu corazón o donde quiera que puedas tenerlas y luego que sean certezas, entonces sí, trata de escribirlas y yo te ayudo.
La palabra es una desvergonzada, sabe muy bien que aunque me enoje y haga corajes, siempre tengo que volver a ella y a suplicarle su ayuda.
La única forma en que puedo comunicarme es por medio de ella.
Ya sé que hay muchas otras formas de expresión: la imagen, las señas, los gestos, los sonidos; la escultura, la música; sólo que pienso, que ahora, quiera ella o no, tiene que ayudarme y dejarse escribir de la mejor manera y en el contexto adecuado para que quien me lea, me comprenda.
¿Quién va a comprender lo que escribes?, me dice.
Me enojo ante sus comentarios, me contengo porque no le falta razón y por conveniencia, puede darse el caso de que se enfade de veras, y se largue definitivamente y me deje más desamparada que una perra callejera.

Cuando escribo me transformo y creo que formamos una aceptable pareja.
Se crea un diálogo animado entre ambas y lo escrito va apareciendo como de la nada, como algo mágico, divino.
Es el momento de soltar toda la suma de dudas, sentimientos, sueños, anhelos, como si de una carga insoportable se tratara y dejarlas ir.
Convertirlas en palabras, que quizás no digan nada; aunque que para mí, habrá significado deshacerme de su carga.

Las dudas en mi interior persisten.
Mi nombre en la vida, bien podría ser; Mar de dudas y no Andrea Guadalupe.
Hay personas a las que no les cabe la menor duda.
Son personas tan sobradas de razones que no tienen sitio en su cerebro para albergar una duda, por muy pequeña que sea.
A ese tipo de personas las llevo rehuyendo desde mi infancia, en mi juventud me acomplejaban; ahora, me fastidian.
Hace tiempo que llegué a la conclusión de que en esas personas nada cambia: defienden con furia lo que piensan y adoptan el mismo sarcasmo cruel hacia el contrario.
Al poseedor de la verdad, no le hace falta que sus ideas sean populares, incluso en ocasiones se deleita en sentirse perseguido o ninguneado.
El fanático necesita una dosis de paranoia.
El poseedor de la verdad lo que desea con pasión es que el mundo quede ordenado en su mente gracias a una idea iluminadora que lo abarque todo y barre las dudas.
Esa verdad puede estar contenida en una ideología, en una religión, en un grupo de presión o en una forma de vida.
Para alguien que, como yo, vive en guerra con sus entrañas, los poseedores de la verdad son, por abreviar, un auténtico asco.
Yo me encuentro entre esa corriente de cursilería exagerada que se entromete en la vida privada y esa brutalidad conservadora que deja a las criaturas a la intemperie.
Y cuando me encuentro con alguien que como yo vive en un mar de dudas experimento la alegría de sentirme acompañada.
¿Cómo saber si poner en papel mis dudas a través de la palabra, puede ayudarme en algo; puede hacerme alguien mejor?
¿Cómo saber si esto que escribo puede tener interés para alguien más que no sea yo misma?

Desde BC, mi rincón existencial, a pesar de las declaraciones, quiero a la palabra, me quedo con ella con todo y sus ligerezas.
¿Qué más puede hacer una aprendiz, que tratar de conocerla un poco más, para comprenderla y creer que no es indomable?
Andrea Guadalupe.

Texto agregado el 22-03-2011, y leído por 150 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
23-01-2012 Dudar es parte de una sabiduría que crece, es así que la reflexión se vuelve sólida para luego transformarse en enseñanza. Me gustó tu escrito. danielkm
22-03-2011 " Quien no duda de sí mismo es indigno, porque confía ciegamente en su capacidad y peca por orgullo. Bendito aquel que pasa por momentos de indecisión." Aytana
 
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