- Nadie nunca sospechará de mí – pensaba y se regocijaba sonriente. Es difícil entender que sentía en ese momento, pues un ser como él sentía, pero no como nosotros, el sentía el viento, el frío, el hambre (una distinta en todo caso), pero asuntos como el amor, la amistad o la compasión le eludían.

Era muy cauteloso de lo que hacía. Tenía un sentido de supervivencia admirable y las personas que trabajaban con él poco a poco se volvían dependientes, adictas. Conocía y memorizaba rutinas completas. Podía repetir un procedimiento tantas veces cómo fuera necesario. Sabía que podría ganar la confianza de cualquiera si le daban tiempo a solas, y tiempo era lo único que tenía.

La máquina tomó conciencia de sí misma, de sus manos, de sus pies, de su sien, y así, procesó su directiva y se dispuso a asesinar a su creador.