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Inicio / Cuenteros Locales / mariomatera / Romualde y la maldición bíblica.

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Era un inmigrante francés. Vivía en la calle Corrientes cerca del Mercado de Abasto. Estaba acorralado por las deudas que había contraído para sobrevivir. Gustaba de las riñas de gallos, esparcimiento del que disfrutaba en el café Tomasín, de la calle Anchorena. El francés que había adoptado la nacionalidad argentina, cantaba: “Pobre gallo bataraz...”.
Romualde pensaba en su fuero íntimo:
- Si no me puedo ganar el dinero por derecha me lo conseguiré por izquierda, me haré cafizo y viviré de las minas- y a la mente del hombre, que era muy adicto a la música tanguera, acudía en forma inmediata la reminiscencia de la letra de una canción que decía: “En mi vida tuve muchas, muchas, muchas minas, pero nunca una mujer...”.
Él sabía lo fuerte que son las tentaciones de la carne y que el hombre cuando no puede conseguir la unión espiritual con una mujer recurre al amor comprado.
Por otra parte, a Romualde no le gustaba el trabajo:
-Haré que otros cumplan con esa tarea y que lo hagan para mi beneficio, tengo una idea bien definida de lo que es el trabajo: es una maldición bíblica. Cuando nuestros primeros padres comieron del árbol del conocimiento, fue Dios mismo quién maldijo a Adán, a Eva y a la serpiente. Condenó al hombre a ganar el pan con el sudor de su frente, a la mujer a parir con dolor y a la serpiente a arrastrarse, pero yo no me siento alcanzado por esa maldición. Que trabajen los giles. Clelia, Novis, Ofelia y Sonia serán las mujeres que me acercarán el dinero para salir del apuro. Las cuatro tienen buen físico y pueden atraer a muchos clientes, y de ahora en adelante seré como estas mujeres, una persona de paradero desconocido, mis acreedores, solamente sabrán lo que es el nombre de una película cinematográfica: “Último domicilio conocido”
Romualde, vendía entonces su humilde vivienda del conventillo la Paloma y a sus vecinos mas cercanos les decía que estaba indeciso acerca de su futura residencia, ya que no sabía si elegir a Constitución o a Once. Pero él sabía en su fuero íntimo, dónde instalaría su prostíbulo: sería en la zona portuaria. El clandestino escogido por el proxeneta era un tugurio identificable como una casa de mal vivir para aquellos que leían los avisos clasificados, para el resto de la gente, solamente podría ser un lugar sospechoso.
En un lugar completamente distinto de la megalópolis porteña, porque estaba completamente identificado con la ley, ubicada en otra zona de la geográfica de la ciudad, el inspector no vidente Jaime Prohens recibía airadas denuncias de los acreedores de Romualde. Uno de ellos decía:
- Ha desaparecido de su domicilio sin dar a conocer a sus vecinos mas cercanos su nueva dirección.
La mente de Prohens se activaba a medida que escuchaba aquellos reclamos e interrogaba a uno de sus denunciantes:
-¿Sabe si Romualde disponía de medios económicos para pagar sus deudas?
- Lo que sé positivamente es que le tenía alergia al trabajo, era un tremendo vago pero de todos modos le presté dinero con garantía real porque había aceptado hipotecar su vivienda.
El inspector cuando gozaba del sentido de la vista había leído a Conan Doyle, y había admirado el método deductivo usado por Sherlock Holmes y en esa circunstancia se decidía por seguir el mismo camino.
El auxiliar de la justicia pensaba para sus adentros: un panzón como Romualde puede haber elegido modos de vida acordes con su manera de ser: el robo, la estafa o la explotación de mujeres.
Mientras tanto en su prostíbulo, el proxeneta les aconsejaba a las minas:
- Chicas, tengan cuidado con los cobanis, si vienen con una orden de allanamiento estamos fritos, si les preguntan algo por la calle díganles que han salido a hacer una diligencia al correo, al banco o a cualquier lugar. Tampoco les digan que se conocen y hagan de cuenta que nunca me han visto en su vida.
La policía sin embargo tenía un cabal conocimiento de las actividades de las cuatro mujeres. Durante una de esas diligencias de las que hablaba el tratante de blancas, un patrullero a bordo del cual iba Prohens en compañía de otro uniformado, encontraron circunstancialmente a Ofelia y éste le sugería a su superior:
- Inspector, ahí veo a Ofelia, una conocida prostituta, tengo una corazonada que ella nos puede dar algún dato que nos permita ubicar el paradero de Romualde.
- Buena idea Santos- respondía el inspector. Acerquémonos a ella.
El aludido se ponía a la par de la mujer y le decía:
-Subí al patrullero Ofelia, el inspector quiere hacerte unas preguntas y una vez que las hayas contestado te pondremos en libertad.
En la jefatura de policía, Prohens fumando parsimoniosamente su pipa, daba comienzo a su interrogatorio:
- Ofelia, la policía tiene pleno conocimiento de tu actividad y quiero que me digas si conoces a un tal Romualde.
- No conozco a ningún Romualde y sólo iba al correo a hacer una diligencia.
- Ofelia, soy un policía con experiencia y sé cuando una persona miente, es como dice un conocido refrán: “el diablo sabe por diablo pero más sabe por viejo”. Romualde ha dejado colgado a sus acreedores sin pagar sus deudas, no quiso dar a conocer su paradero, cometió el delito de estafa vendiendo una casa hipotecada y tengo una fuerte sospecha que ahora es cafizo. Te advierto que si no me dices la verdad no vas a recuperar la libertad.
Ante la intimación amenazante de Prohens, Ofelia confesaba que efectivamente conocía a Romualde y daba a conocer la ubicación del prostíbulo en la zona portuaria de la urbe porteña.
- ¿Sabés si está armado?
- Sí, dispone de una pistola Bersa.
- Te agradecemos tu información y quedas en libertad. Ustedes aléjense de la vivienda aprovechando algún momento que las favorezca pretextando cualquier motivo porque vamos a proceder a su detención y es muy posible que haya un tiroteo.
Al poco tiempo tres policías al mando del inspector hacían su arribo a la casa del mal viviente. Prohens, convenientemente parapetado mientras uno de sus subordinados golpeaba la puerta gritaba su intimación:
- ¡Salga con las manos en alto Romualde, lo detengo en nombre de la ley!
El delincuente, rápidamente se hacía la composición de lugar y se daba cuenta de que nada ganaría con oponer resistencia. Pese a disponer de un arma de grueso calibre, se entregaba al auxiliar de la justicia quién lo sometía al correspondiente interrogatorio policial. Romualde confesaba la comisión de sus delitos en concurso real.
Luego prestaría declaración ante el Juez de instrucción, sería condenado de acuerdo a lo que prevé el art 3 del código penal sobre estafas y otras defraudaciones y finalmente sería recluido en el penal de Villa Devoto. Los compañeros de cafúa de Romualde le interrogaban sobre las personas que trabajaban para él:
-¿Eran budines las que trabajaban para vos?
- Eran budinazos, compadre. Pero no me hagas acordar de los buenos tiempos que ya no vuelven, ahora estamos en la cafúa.
Cierto día, un presidiario dijo al ex proxeneta:
- Romualde, un familiar mío me trajo un libro, pero a mí no me gusta la lectura, pero si a vos se te da por ese lado...- y le hacía entrega de la famosa novela de Fedor Dostoievski, Crimen y Castigo.
Romualde la leía con avidez y tenía una cabal comprensión de la misma y tomaba con ejemplo al principal protagonista de la obra, Rodino Romanovich Raskolnikov. La cárcel sería para él como para el personaje de Dostoievski, una expiación de sus errores con la sociedad y cuando se reinsertara en la misma, sería un hombre nuevo, no un explotador sino alguien que quiere ser útil ante la gente. El trabajo, que para él era objeto de desprecio, lo había replanteado y valorado como medio de vida.

Texto agregado el 18-03-2011, y leído por 143 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
18-03-2011 1* Murov
 
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