El mundo acuático florecía con su enorme variedad de especies, existiendo un sistema que permitía que todos se saciaran y retozaran en sus densas aguas. Nada parecía presagiar que ocurriría un cisma en ese paraíso oceánico. Es sabido que cuando algo alcanza un punto de perfección, el mismo sentimiento de pletórica dicha por todo lo que sustenta ese maravilloso estado, se va transformando, lenta y paulatinamente, en un grito sordo, muy tenue, que comienza a socavar indefectiblemente algunos basamentos de esa arquitectura ideal.
Surgió, por lo tanto, un grupo de peces, que de tan satisfechos que estaban, pensaron que era necesario conocer nuevos horizontes, ya que los que pululaban en sus anchurosas avenidas, les comenzaron a parecer mezquinos. Y como en la paz, los resguardos para protegerla son menos rigurosos, iniciaron una avanzada para conquistar nuevos territorios. Unos viajaron al oriente y los otros al poniente. En la travesía, a estos últimos se les unieron unos peces dorados, que de puro ociosos, quisieron participar de la aventura. Más adelante, continuaron agregándose nuevos voluntarios, hasta engrosar un numeroso contingente, ávido de aventuras y deseoso de conocer otras realidades.
Mitu y Gorocha, estaban en la encrucijada, ya que querían integrarse a la gran cruzada, pero, ella, Gorocha, deseaba viajar al oriente y Mitu, al occidente y como separarse era lo último que querían hacer, se juramentaron que al regreso de esa odisea, se reencontrarían para amarse por toda una eternidad.
Y así, Gorocha partió con el grupo que se dirigía a oriente, mientras Mitu, compungido, se unió a los que viajaban en dirección contraria.
El Dios de los Mares, enterado de esta asonada, agitó con violencia las aguas, para capturar a los rebeldes. Pero éstos, con su corazón latiendo entusiasta, se alejaron cada vez más de ese paraíso original. Surcaron los mares durante meses, en una interminable fila de pececillos que ni siquiera sabían hacia donde se dirigían. El mar se agitaba con violencia y esa era la manifestación de la furia del Dios de los Mares, que sin cejar en su empeño de capturar a los fugitivos, provocaba violentas marejadas en todos los océanos del mundo.
Hasta que llegó el día en que los peces, tanto los que iban al oriente como los que iban a occidente, se encontraron con un enorme muro que se interponía en su avance. Por lo que no existía otro recurso que elevarse, para superar dicho obstáculo. Y ascendieron, expectantes y deseosos de conocer ese nuevo mundo que les aguardaba. Pero, un grito de furia se alzó sobre todos los mares y las aguas se agitaron con una violencia inusitada, tanto así, que los peces, de oriente y occidente, fueron expulsados de su medio natural, para quedar diseminados sobre una playa extensa. Su destino final era la muerte, pero el Dios de la Tierra se compadeció de estas pobres creaturas, y les permitió respirar ese aire oxigenado. Luego, los proveyó de brazos y piernas, para que pudieran desplazarse.
Así, se transformaron en hombres, e imposibilitados de regresar al mar, decidieron establecerse en las vastas costas de ambos territorios. Mitu y Gorocha, lloraron por la imposibilidad de reencontrarse algún día y ambos, se dedicaron a enviar mensajes que el mar se negaba a entregar.
El Dios del Mar, nunca se resigno a perder a sus rebeldes hijos y por ello, de vez en cuando, discute furioso con su par de la Tierra para que le devuelva lo que le pertenece. Y así, la tierra se agita y destruye todo lo que existe sobre ella, para que los perseguidos huyan al interior. Entonces, el Dios de los Mares envía un ejército acuoso que invade las costas con furia, buscando a los fugitivos.
Y así será, hasta que la creación deje de serlo y nuestro planeta no sea más que una bola calcinada…
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