Descerebrada en su restaurante favorito. Al menos el que solía ser. Un pequeño y discreto reducto de comida italiana, con música italiana y dueño italiano con acento incluído. Recuerda mentalmente la canastita con pan y la ricota que traen mientras espera el plato principal. No hay otro sitio tan encantador para su paladar. Ha pedido gnocchi al pesto, siempre le fascinó la albahaca.
A medida que da cuenta de los panecillos, las lágrimas se le atragantan junto con la ricota.
Recuerda la sensación del pepperoni como una lámina grasosa e insípida y la compara con el pan que tampoco despide olor alguno que la encandile. Ya van días sin comer como solía.
Descerebrada piensa que siempre fue una sibarita, ha perdido parte de su identidad. Se para a la mitad del plato con el estómago satisfecho y la mente en franca desilusión. El dueño italiano mira a su clienta consentida sin entender. "No eres tú, soy yo" habría dicho Descerebrada, sólo para dramatizar la huída...