Marzo 2011. Escribo para no pasarme el día matando moscas con el rabo.
No sé muy bien por qué escribo, cuál es el impulso primero.
Sospecho que es una manera más de mirarme el ombligo
Trato de ir hacia atrás, como si fuera el sondeo del primer recuerdo, el que nunca me contaron, el que no pertenece al rescoldo de la memoria incitada.
Admito que escribo por la necesidad de expulsar lo que no se puede decir con palabras.
Para corregir un error, para no pensar en la muerte o para pensar en ella con cierta distancia.
O simplemente escribo para perdonar y para ser perdonada, porque me cuesta expresar los sentimientos, por eso los disfrazo con grandes giros, en cambio, en mi narrativa brotan libres, como si no fueran míos, como si no fuera yo.
Escribo para buscarme y conocerme.
A veces, en el buceo interior nace la sorpresa, el tesoro olvidado.
También escribo para descubrir mundos maravillosos o terribles, ya que de todo hay en la mente, y escribo, sobre todo, para no volverme loca.
A veces me gustaría tener la valentía de arriesgar, decir: el aprendizaje ha terminado, ahora necesito escribir.
¿Qué es mejor?
La cómoda monotonía y seguridad de lo que una hace bien o el riesgo de descubrir que no hay talento.
Creo que escribo para que no me conquisten el humillante agobio y la mediocridad del mundo en el que la mayoría ha renunciado a la utopía de querer cambiarlo.
Aunque tampoco está nada mal la respuesta que me dio el diablo el último día en que intenté negociar la venta de mi alma.
Que como el mundo sabe, escribe torcido con renglones derechos, para diferenciarse de Dios.
Me reveló: Mugre loca, no puedo pagar el precio de tu alma, aunque voy a contestar a tu pregunta: escribo para no pasarme el día matando moscas con el rabo.
Desde BC, ni rincón existencial, donde escribo también para ser Dios y jugar a modificar las reglas, sólo que eso únicamente está al alcance de los más grandes.
De los verdaderos gigantes. Andrea Guadalupe.
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