Del Destino
Perikles: ¿De donde vienes Plinio?, te noto pensativo, tal vez ocurrió algo en la ciudad que te ha producido ese estado.
Plinio: ciertamente, vengo del lugar donde ha ocurrido un incidente, en el que perdió la vida un reconocido vecino de nuestra ciudad.
Perikles: Algo de eso, me ha sido informado recientemente, y si bien la pérdida de ese notable vecino, significará gran dolor para familiares y deudos, como así también, significará un vacío difícil de llenar en los ámbitos en los cuales el difunto realizaba sus múltiples actividades, pero, observo que tu ensimismamiento es distinto al que produce el dolor.
Plinio: Dices bien, Maestro. El vecino fallecido gozaba de mi estima y respeto, pero no me ha afectado más que el fallecimiento de otros vecinos virtuosos de nuestra ciudad.
Perikles: Lo sé, dado que expresas mesuradamente tus sentimientos y no sueles acongojarte por contingencias que son previsibles o que probablemente pueden suceder. Siendo la muerte de cualquier persona un acontecimiento que probablemente va a suceder en algún momento, es sano no autoproducirse congoja, por resultar en perjuicio para el organismo.
Plinio: Ciertamente, mi semblante no ha de transmitir congoja, pues, no es eso lo que siento. Simplemente estoy pensando en algo que he escuchado en las inmediaciones del cadáver en ocasión del incidente. Esas palabras por mí oídas, me han importunado lo suficiente como para que tu lo notes.
Perikles: Amigo mío, sabes que solo me intereso por cuestiones o fenómenos que, al ser discutidos, pueden aportar algo interesante al conjunto de las personas. También sabes de mi nulo interés por cuestiones vulgares o que competen a la vida privada de los ciudadanos; cuya preocupación y monopolio pertenece a la chusma y a las personas de razonamiento simple. Si lo que te ha llevado a preocuparte puede ser razonablemente discutido, estoy dispuesto a escucharte; siempre que sea de tu interés contármelo.
Plinio: Lo haré, pues, estaba pensando que tú, Maestro, podrás orientarme con tus razonamientos.
Perikles: Te escucho atentamente amigo Plinio.
Plinio: Es natural que al ocurrir una muerte de forma trágica, las personas opinen sobre lo que han visto, o sobre lo que han oído, o sobre como le parece que sucedió lo que acaba de suceder. Todas estas cosas son comunes toda vez que sucede algo así. Solo escuché lo necesario como para estar informado sobre lo sucedido, evitando en todo momento escuchar banalidades, pues, maestro, tú dices siempre que entre escuchar simplezas y no escucharlas, es preferible no escucharlas. De lo suficiente que escuché, me ha quedado una frase, y particularmente una palabra, que me produce cierta confusión.
Perikles: Dime cuál es esa frase.
Plinio: Se refiere a la justificación más generalizada que expresaba la multitud, tanto se tratara del fallecido, cuanto se tratara del productor de la muerte. La frase escuchada, fue utilizada en todas las variantes de modo y tiempo que las personas suelen hacerlo, pero, unificándola puedo sintetizarla como sigue: “Era el destino”.
Perikles: Por cierto, es una frase bastante común y utilizada frecuentemente por las personas.
Plinio: Es así Maestro, varias veces con anterioridad la he escuchado, como la habrás escuchado tú, pero en esta ocasión, he querido indagar dentro mío, el real significado de tal frase y realmente me han resultado respuestas encontradas y contradictorias.
Perikles: Ha menudo suele ocurrir.
Plinio: La pregunta que mas me hago y mas me intriga, es la siguiente: Si “era el destino” que eso iba a suceder, de que se lo puede acusar al responsable del homicidio. Si eso que sucedió, tenia que suceder, por ser una fatalidad que ya estaba digitada y ordenada por seres supranaturales. ¿Hasta donde, el asesino podía eludir ese designio de los dioses?
Perikles: Es posible.
Plinio: Y si el asesino, por si acaso, podía eludir ese acto, mi pregunta surge de inmediato: ¿Hasta donde los dioses tienen poder?, puesto que si el asesino podía escapar de algún modo a eso que los dioses habían dispuesto, ¿Quién da garantías de que los dioses son poderosos e infalibles?
Perikles: parece que nadie.
Plinio: Pues si los dioses escriben en ese gran libro, -que dicen que escriben-, lo que cada ser humano debe hacer, y lo que haga, sucederá porque ya estaba escrito, entonces, hasta donde uno, -simple mortal-, puede escapar a la voluntad de los dioses. Y si fatalmente se cumple lo que los dioses han establecido, desde mucho antes de que uno nazca, ¿hasta donde uno es responsable de ese acto?
Perikles: O tal vez, los dioses no han escrito nada.
Plinio: Entonces, cuando la gente dice “era el destino”, ¿esta diciendo una frase banal y sin ningún fundamento?
Perikles: Podría ser.
Plinio: Ocurre que no me parece que la gente diga esa frase así como así. Siempre que la he escuchado, quien la decía, expresaba un total convencimiento, como si con dicha frase confirmara la existencia de los dioses, y que los dioses habían escrito que así debía suceder lo que sucedió.
Perikles: A veces la gente dice cosas aparentando estar convencida, pero en realidad, en ningún momento la ha meditado y razonado convenientemente, para saber si tal frase puede asertivamente ser comprobada o no.
Plinio: Es verdad. No vamos a pretender que la gente vulgar piense y razone lo que dice, porque eso es algo utópico y difícil de lograr. No obstante a ello, con vuestra ayuda, Maestro, me gustaría discutir sobre este tema del destino.
Perikles: Sería interesante.
Plinio: Si los dioses, que tanto temen y veneran las personas en general, realmente, son los creadores de todo lo que vemos y lo que no vemos. Tienen, forzosamente, que haber impuesto un tiempo para que el propósito de la creación se cumpla. En ese tiempo, tendrán dispuesto quienes van a nacer y cuándo van a nacer. También habrán dispuesto cuándo van a morir y cómo van a morir. Algunos a esta fecha ya habrán nacido, pero otros tendrán que nacer, para que también tengan la posibilidad de cumplir con el plan. Nosotros no tenemos la certeza de que el fin del mundo este cerca o lejos, pero podemos deducir, por la vida que aún le queda a nuestro sol, que ese fin no es próximo. De todos modos, el tiempo que nos quede de vida, y la que le toque a todos aquellos que aún no han nacido, deberá estar encaminada a determinar con certeza, si los dioses han escrito ese mentado libro, donde el común de la gente dice, que está escrita toda nuestra vida.
Perikles: Amigo mío. Toda vez que las personas hablan del “destino” como algo que fatalmente sí o si, va a suceder porque los dioses así lo han dispuesto. Están dando por seguro de que los dioses son los creadores de todo lo existente. Pero, todo aquel que razone sobre estas cuestiones, llegará invariablemente a la pregunta de: -si realmente los dioses existen-. De manera dogmática y con el solo argumento de la fe, la mayoría de las personas admite la existencia de los dioses. El dogma de la fe, tiene como principio, su aceptación sin discusión. Por el contrario, quienes deseamos aceptar las cosas, pasándolas por el tamiz del razonamiento, nos encontramos con argumentos contradictorios –como el de los ángeles- o explicables –como los milagros-, o irracionales –como éste del destino-.
Plinio: Así es.
Perikles: De los dos primeros no vamos a ocuparnos aquí y ahora. Solamente vamos a razonar sobre el destino, con el objeto de verificar si es razonable hablar o no del destino. Tampoco vamos a discutir sobre los dioses. Simplemente vamos a hacer lo que hace la mayoría, vamos a aceptarlos dogmáticamente. Luego vamos a focalizar la discusión sobre “el destino”, tal como lo entienden las personas. Es decir, a eso que piensan como algo ‘predestinado’, o como sabía decir un conocido político ‘nadie se muere en la víspera’, con lo que daba a entender, que todos vamos a morir el día que ha sido fijado por ‘el destino’, o lo que es lo mismo, -el día que ha sido fijado por los dioses-. A continuación, razonemos en primer lugar sobre la justicia. Dime Plinio: ¿Cuántas justicias conoces?
Plinio: Dos. Una justicia de los hombres, y la otra, justicia divina.
Perikles: La primera juzga los actos de los hombres aquí en la tierra. La justicia divina ¿Qué juzga?
Plinio: De acuerdo a las doctrinas teológicas, los dioses juzgarán los actos de los hombres el día del Juicio Final.
Perikles: Como vemos, los hombres son juzgados dos veces por lo mismo. Ahora bien, si los dioses, dispusieron que las cosas sucedan fatalmente de la forma que ellos dispusieron que suceda. El juicio final no tendría sentido, porque los dioses se estarían juzgando a sí mismos. O acaso, los hombres tienen la posibilidad de cambiar su destino. Por ejemplo, de acuerdo a las escrituras sagradas de judíos y cristianos, la llegada del Mesías se encuentra anunciada en varios pasajes de dicho libro. Entonces, ni María ni José podían eludir ese acontecimiento –o acaso los dioses eligieron a los padres de Jesús a último momento-. Luego el mismo Jesús –de cuya entidad divina nadie tiene dudas-, dijo que antes de que el gallo cantara tres veces, alguien lo habrá negado. El que lo negó, tenía posibilidades de eludir esa negación. Luego dice que alguien lo traicionará por unas monedas, ¿Tenía alguna posibilidad de eludir esa traición el traidor?, y así podría seguir citando muchos ejemplos que están escritos en ese libro sagrado dictado por los dioses.
Plinio: Es verdad.
Perikles: De ello se puede concluir, que si los dioses han escrito todo, los hombres simplemente podemos poner en escena esa obra. Tampoco podemos cambiar nada, ni tan solo una coma de lo que está escrito, puesto que si cambiamos algo estamos modificando lo que los dioses han dispuesto.
Plinio: Así es. Entonces el Juicio Final sería un sin sentido.
Perikles: Ahora veamos la Justicia de lo hombres. Si el destino ha dispuesto que alguien realice determinado acto, y ese alguien no puede ir contra lo prefijado por el destino. ¿Hasta dónde ese alguien es responsable de ese acto?
Plinio: No es.
Perikles: Por ejemplo. Si tú, amigo mío, en este momento me dieras muerte. Tú serás juzgado por asesino. Pero, de acuerdo al destino, yo debía morir en este momento y tú debías matarme. ¿De qué te puede acusar la justicia humana? Si ya estaba dispuesto por los dioses que yo tendría que morir y tu me tendrías que matar.
Plinio: Evidentemente estamos ante un contrasentido o un sin sentido.
Perikles: Diríamos que es irracional desde todo punto de vista. Entonces debemos decir que “el destino” puede aceptarse dogmáticamente, -por el dogma de la fe-, pero nunca racionalmente.
Plinio: Dices bien, Maestro. De esto me queda claro que no es sobre el destino que deben discutir las personas. En realidad deben discutir sobre la existencia o no de los dioses. Puesto que si lo que de ellos se deriva es irracional, habría que pensar racionalmente sobre la existencia de ellos.
Perikles: Eso creo.
General Roca: 15 nov 2006
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