Ella estaba enferma, lo había podido notar, sufría constantes depresiones y alucinaciones, creía ver a Dios y al Diablo sentados en una mesa, jugando pocker, bebiendo cervezas y planeando como volver locos a los humanos, cuando me lo contó lo único que hice fue reír, pensar que era un juego, una invención o tal vez una broma de su parte, me seguía contando sus alucinaciones, eran increíbles, yo no sabía como podía tener tanta imaginación, pensar que Dios era un burro y el Diablo era un pato, ¡ja!, la que más se le repetía y que cada vez que la contaba tenía más actos, era más fantástica, ya con el solo hecho de ver a Dios y al Diablo juntos e imaginarlos de esa manera, ya la hacia fantástica. Pero ella, si ella, era mi mejor amiga, a pesar de todo me entendía, me escuchaba, sin duda era mi mejor amiga y todavía lo es, tal vez también era la mejor amiga de otros o podía llegar a serlo.
Un día en que la fui a buscar estaba enferma, afiebrada, entre apresuradamente para ver lo que pasaba, estaba en su cama, estaba transpirando, me decía con una voz desesperada: “ Viene hacía mí, viene tocando campanadas, esas campanadas indican mi muerte, mi fin, pero yo no me quiero ir, me quiero quedar, diles que se vaya, que me deje en paz, como odio a ese ángel rojo, lo odio, que se vaya”.
Yo no sabía que hacer, no veía a ningún “ángel rojo”, no podía ver nada, me sentí desesperada al no poder ayudarla, me hubiera gustado ver a ese “ángel rojo” para decirle que dejara en paz a mi amiga, pero no podía, solo le dije a ella, que cerrara los ojos y tratara de ver otra cosa, pero ella no lo podía hacer, ni siquiera me escuchaba, cuando salí de su cuarto estaba mal, tan solo de impotencia me puse a llorar, de no poder ayudarla, lloré afuera de su cuarto al lado de su puerta, escuchando como gritaba, como pedía ayuda y nadie se la podía brindar en esos momentos, al verme su madre, me dijo: “ que no me preocupara, que tan solo era producto de la fiebre, que luego se le pasaría”. Pero yo sabía que no era así, que eso iba más allá de la fiebre, que ella realmente en todo momento padecía esas alucinaciones, le conté a su madre algunas alucinaciones que había tenido cuando hablaba conmigo, que de estar conversando lo más bien, ella se ponía histérica, comenzaba a gritar y ver cosas.
Su madre se sorprendió, por más que pensábamos en como ayudarla no sabíamos como.
Yo la fui a ver todos los días que estuvo enferma en su casa, siempre iba a las 21:00 hrs., no había día que no fuera a esa hora, le hablaba, le peinaba sus cabellos, la bañaba, fue un mes, un mes en el que nos unimos más que nunca, en sus momentos de lucidez era increíble, hablábamos, reíamos y más de alguna vez lloramos, esos momentos no los olvidaré jamás, ella era mía y yo de ella, nos convertimos en verdaderas hermanas y amigas.
A la tercera semana que ella estaba en cama, se agravó, ya no podía estar en su casa, las alucinaciones eran peores, se levantaba y corría por toda la casa huyendo del “ángel rojo”, gritaba en las madrugadas, no dejaba dormir a nadie, más de una vez se corto las muñecas, la situación era insostenible, su madre decidió internarla, yo no quería, traté de convencerla, pero era necesario que la internaran, yo lo sabía pero no lo quería.
Cuando partió para ser internada, me sentí mal, no comía, a veces no dormía, siempre la he ido a visitar, siempre que hay visitas estoy con ella, ella me cuenta de sus “aventuras” en ese lugar, de sus nuevos amigos, parece ser feliz, sé que no esta consiente del lugar que se encuentra, creo que es mejor así...
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