Descerebrada dio con autodenominarse así por culpa de la gripe porcina. En aquellos tiempos, la no aún Descerebrada paseaba por el Soho cuando una señora le estornudó en la cara. La afectada, quien no padecía asco a los fluídos humanos, se pasó un pañuelo por la cara y no le dio mayor importancia. Los problemas comenzaron cuando ya de vuelta en su tierra natal le vino una crisis de estornudos tan fuerte que terminó con una pérdida del bulbo del nervio olfativo (completa) y de masa encefálica (parcial) escurrida sin ninguna elegancia por la nariz.
Visto desde una óptica positiva, Descerebrada consiguió gracias a este episodio una pensión del gobierno y una cantidad complementaria desde una organización no gubernamental nutrida vía capitales noruegos. Eso, sumado a que había heredado la casa de su padre, significaba que tenía la vida resuelta.


Una vez salida del hospital e instalada en casa, Descerebrada optó por mirar el techo. Se mantuvo en cama, inmóvil, a la espera de la necesidad. Desafortunadamente, la alimentación por suero de los últimos días le permitió horas y horas de permanencia antes de la deshidratación.
Descerebrada constató que no quería hacer absolutamente nada, levantó el teléfono y ordenó una pizza con doble pepperoni.