Ya para esa vez tenía miedo, más que nada por mí, porque eran pocas las probablidades de que fueras vos el lastimado. De todas formas, me sentí agradecida cuando te ví aparecer en el medio de la noche, era la primera vez que llegaba antes y jamás había ensayado una cara de esperar (de esas que la gente pone en el espejo), entonces simulé un mensaje en mi celular, y reí cuando me contabas del tropezón.
Caminamos juntos unas cuántas cuadras, no me tomaste de la mano porque habían pasado ya muchas cosas, y cuando no supiste que decir, me acusabas de estar más alta; sonreías, no parabas de hablar. Llegamos al lugar de siempre y todo era muy oscuro, además seguro no habías cortado el pasto (aunque esta vez no dijiste nada). Seguimos caminando hasta llegar a otro de esos lugares, entonces hubiera querido llorar, pero ya para ese momento era (simulaba ser) fría, seca e insípida. Yo no era más madura, pero el dolor me hizo retomar por otros lados, entonces te gustó que cambiara mis respuestas a tus te quieros, aunque fuera mentira, vos no podías darte cuenta, o al menos pretendías no hacerlo.
Me regalaste un vino y dos speed, dijiste muchas cosas y me pediste un beso por algo feo que dije yo, las cosas pasaron a lo de siempre y se escapaban palabras sin querer (me gustaba eso, casi casi que te sentía sincero). Entonces amaneció y caminamos por el bosque como antes, nos reíamos mucho (casi parecía que eramos felices juntos).
Compartimos un remis como dos personas que se quieren; hasta el día de hoy me duele la remisería, si, me duele. Entonces llegamos y te bajsate primero, fingiste un último beso y yo vi, alejándome en el remis, como entrabas de espaldas a mi.
De haber sabido que era la última vez, te hubiera dicho más cosas, te hubiera dado más risas, o aunque sea, tal vez, te hubiera pedido que te quedaras parado más tiempo, por lo menos hasta que me alejara... |