“Los dioses son felices.
Viven la vida calma de las raíces.
Sus deseos el Hado no reprime,
O, al oprimirlos, los redime
con la vida inmortal.
No hay sombras ni otros que los entristezcan
Y, además de esto, no existen…”
Fernando Pessoa
Alicia mira al hombre dormir, mientras sus brazos y sus piernas se siguen poseyendo y los sexos descansan su batalla fónica, el enfrentamiento brutal de sus voces, la división de sus cantos en coplas. Tiene una mandarina acuchillada que lo recuerda, torpe fruta estrecha servida en copa desprevenida. ¡Cómo lo mira Alicia dormir! ¡Con qué ganas de comerle los hombros, abrocharse a sus riñones y escribir en mapudungun por su cuello! Ella dicta a sus dedos los planos siderales, ortografías planetarias para su verso triste, desmenuzados eones puestos a danzar. Todas las horas del deseo bailan tap. Quizás bailan tango también. Pero ciertamente danzan.
Bailan frente al hombre los miedos y sus respuestas. Huye Alicia hacia el tiempo anterior, huye bosque abajo, se lanza al acantilado mentiroso de lo que no pasó. Niega los columpios. Niega los jacarandás. Niega los libros de Dalton desparramados en alejandrinos corsarios por su océano agitado.
Bailan frente al hombre los miedos y sus respuestas. Ataca Alicia su boca, embiste la hombría temblorosa de su hombre dormido, hilvana revólveres en sus muñecas que le ejecutarán las sienes cansadas. Golpea su cajón peruano, le busca resonancias, le busca los sonidos, le desarma. Salivadas patadas en la boca del hombre hasta verlo yacer indiferente.
Bailan frente al hombre los miedos y sus respuestas. Inmóvil Alicia lo deja hacer, número primo conjetural, nudo conexo de sus vacíos, algoritmo tibio deslizado por las indecisiones inconmensurables de su raza de mujer guerrera vencida por un abrazo.
Bailan frente al hombre los miedos y sus respuestas. Sumisa nota pulsada para ser su canción por horas.
Bailan frente al hombre todas las certezas. |