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Los escaparates del gran bazar ofrecían un muestrario heterogéneo de insólitas mercancías: filtros de amor, plantas carnívoras, piedras de cualidades hipnóticas, pipas de agua, y caftanes que se tornaban opacos o transparentes a voluntad de su propietaria.
Kamal se miró de reojo en un espejo, alisó su revuelta melena y compuso la expresión de un honrado cliente que va al Zoco por simple curiosidad.
A sus quince años había sufrido media docena de detenciones por hurtos de poca monta, pero no había escarmentado, ni pensaba. Las inalcanzables maravillas del bazar eran una tentación demasiado fuerte para él.
De pronto una voz cavernosa retumbó a sus espaldas:
- No estarás maquinando ninguna herejía. ¿Verdad Kamal?
Un descomunal egipcio con barba y cabellera de largo metraje, y con un cuchillo en la cintura, lo miraba con ironía.
- ¿Cómo podría un infeliz como yo intentar nada sabiendo que Su Señoría vigila?
- No podría. El bazar dispone de cámaras.
- Al-lah es grande y su sabiduría no tiene límites –contestó Kamal. Y al grito de ¡Anda y córtate las greñas! Salió a escape con el hombre resoplando como un búfalo en su cogote.
Kamal dibujó dos rápidos regates y se precipitó por los callejones de la Medina. Llegó, al pie de la Ciudadela, donde su primo Mohammed se ganaba la vida vendiendo jabones de aceite y laurel.
- ¿Cómo va el negocio?
- ¡Mal! Toda la mañana para vender tres pastillas. Cada vez vienen menos turistas, y éstos son muy desconfiados. Los tiempos han cambiado. Como sigamos así veo a mis hijos comiendo pompas de jabón. ¡Maldita crísis!
- ¿Y tú, Kamal? Estás temblando. ¿No habrás vuelto a robar?
- ¡Que va! Es que ahora en el bazar han empleado a un vigilante que me tiene ganas desde que una noche, durante la oración, me vio seduciendo a su hija.
- ¡Ya te vale! Además, durante la oración… Y la chica ¿merecía la pena?
- ¡Vaya si la merecía! Quince añitos, unos ojos tan profundos como la noche, las piernas como tallos de palmito y, un movimiento de caderas semejante a las palmeras de un oasis agitadas por la brisa del atardecer.
- Vamos Kamal, ¿qué sabes tu del desierto? Si eres de ciudad.
- Si, pero a las chicas les gusta oír que soy “hijo de la jaima”.
- Deberías buscarte un trabajo honrado y dejarte de fantasías.
- Algún día, Mohammed, algún día –respondió Kamal mientras se adentraba de nuevo en la Medina.
Atravesó el Zoco de las especias y los efluvios aromáticos provocaron una revolución en su estómago. Entonces se dio cuenta que desde la noche anterior no había ingerido nada, y las tripas le recordaron el porqué de su existencia.
Introdujo la mano en un saco de pistachos y se llevó un puñado al bolsillo del pantalón. Así hasta tres veces, pero a la cuarta, el dueño alertado por un chaval que vendía globos, gritó de tal manera que el cuarto puñado terminó esparcido por el suelo, y Kamal corriendo de nuevo.
Se detuvo en un callejón y a la sombra de un portal empezó a comer. Sus tripas se calmaron, de momento, pero pronto repetirían el concierto anterior. ¿Qué podía hacer? Quizás en la casa de baños tuviera más suerte y consiguiera sustraer algunos céntimos para comprarse un bocadillo.
Al llegar allí se apostó en la puerta, el interior parecía tranquilo, esperó unos minutos hasta que vio a su amigo Abdallah cargado con varias pipas de agua.
- Abdallah –chistó desde el umbral.
- Abdallah –le volvió a llamar. Acércate un momento.
- Ahora no Kamal, el encargado me vigila. Espera que se vaya a comer.
- Eso quiero yo, comer. Llevo dos días sin llevarme nada decente a la boca –mintió Kamal.
- Pues aquí no está mejor. Un par de comerciantes llegados del norte, más los habituales.
- ¿Y… esos comerciantes? ¿Están en viaje de negocios?
- Puede ser. Aunque, por cómo escatiman las propinas, me da la impresión que han venido con el dinero justo. Espera aquí, en cuanto desaparezca el encargado vengo a por ti.
En la puerta quedó Kamal, pero como la paciencia no era una de sus virtudes, decidió introducirse en los baños sin esperar a su amigo. Cogió unas toallas, que estaban amontonadas, de manera que le tapasen la cara y se dirigió a la sauna.
Al abrir la puerta una densa niebla le rodeó, tomó asiento en un banco y vio como una inmensa boca dibujada en el aire se acercaba a su oído. Kamal se frotó los ojos, seguro de que se trataba de un espejismo provocado por el hambre. De pronto sintió cómo aquella enorme boca le pellizcaba en la oreja, mientras una voz conocida le decía:
- ¡Vaya, vaya! Mira a quién tenemos aquí. La providencia te ha enviado. ¿Qué buscas, Kamal? ¿Acaso purificar tu cuerpo antes de la oración? Has de saber que mi hija no asistirá esta noche. Está cuidando de su madre.
Kamal intentaba zafarse de las garras del egipcio, pero éste le retenía inmovilizado con su enorme cuerpo.
- No temas muchacho. Has frotado la lámpara y ha salido el genio que hará tus sueños realidad.
- Y puedo pedir tres deseos. ¡Ay! No tires más de mi oreja.
- ¿Y cual sería el primero?
- Comer –contestó Kamal.
- Ese es fácil de conseguir. Al salir te daré unas monedas.
Al ver la sorpresa reflejada en la cara de Kamal, el egipcio lanzó una sonora carcajada. Las paredes retumbaron, mientras el coloso continuó:
- Si te portas bien, y me cuentas los secretos del Hammam, habrá muchas más monedas.
- ¿Y, qué he de hacer?
- Lo que mejor se te da.
- Tengo muchas cualidades, y algunas aún no han sido descubiertas- contestó orgulloso Kamal.
- La única que nos interesa es…
En ese momento, de las sombras surgió otra figura irreconocible para el muchacho.
- A mi socio –continuó el egipcio- y a mí, nos gustaría que trabajase para nosotros.
- Soy un humilde servidor de Sus Señorías.
- No seas descarado y escucha.
Kamal intentó protestar pero el hombre continuó:
- Todos los días vendrás a los baños y, con disimulo, escucharás las conversaciones de los clientes. Si son comerciantes, a qué han venido a la ciudad, cuál es su mercancía y, donde se hospedan. Queremos que te conviertas en nuestros ojos y oídos. Y por las tardes, en el bazar me informarás de todo lo que hayas averiguado.
Kamal sopesó la oferta.
- Y, ¿yo qué gano con todo esto?
- No tan aprisa Kamal. A cambio recibirás unas monedas y el día que esté de buen humor haré la vista gorda en el Bazar.
- Soy vuestro esclavo y vuestro siervo. Mandad y obedeceré.
- Así me gusta. Pero no intentes engañarme. Ahora come algo y duerme bien, que mañana te espera un día muy intenso. Hemos sabido que una caravana de comerciantes llegará a la ciudad.
Kamal salió de los baños. La luna empezaba a posarse sobre los minaretes de las mezquitas que, una tras otra, comenzaban a emitir el canto del almuédano. Si se apresuraba, aún podría llegar a tiempo de la última oración y, porque no, coquetear con alguna jovencita; aunque, mejor pensado, antes iría al café de Abraham para comer algo. Nadie como aquel judío preparaba las habas con pasas.
¿Qué puedo hacer para engañar a esos grandullones? – Se preguntó Kamal- al tiempo que silbaba una cancioncilla, mientras su figura se perdía por los callejones de la ciudad vieja.

Texto agregado el 02-03-2011, y leído por 244 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
27-04-2011 Vaya, se nota que has viajado por esas tierras. Pintas un personaje irresistible ese Kamal: pillo, sinvergüenza y seductor. De esos que sin nada son más felices que muchos con mucho. Es un placer sumergirse es historias exóticas como las tuyas. walas
02-03-2011 Buena narración, uno se imagina el zoco, los baños, ¿continua?*** senoraosa
 
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